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La ciudad y los días

Carlos Colón

Corazón sin amo

UNA de las historias más tristes que conozco la oí en la radio, en uno de esos programas nocturnos que dan alivio a los solitarios, compañía a quienes trabajan y compañía a los insomnes. "Esta mañana he parado a alguien por la calle para preguntarle la hora", dijo una voz anónima de mujer. "¿Y…?", esbozó la locutora. "Es que hacía más de una semana que nadie me dirigía la palabra. A veces salía a comprar algo con tal de poder hablar con alguien". Esto es la tristeza de verdad, pensé; una tristeza por así decir pura, carente del amaneramiento y la impostura de aquellas películas insinceras -gorgoritos de bel canto existencialista- que rodaban directores felices, ricos, reconocidos, premiados, profesionalmente satisfechos y amantes de mujeres estupendas; pero que fingían pesares que no tenían para satisfacer su ego y gratificar el de los pedantes cuando la incomunicación y la soledad "vestían" y estaban de moda.

La pasada noche de fin de año oí, también en la radio, algo aún más triste. Se reproducían las grabaciones de un contestador al que los oyentes habían llamado expresando deseos para 2008. "Un abrazo -dijo uno- para todos aquellos a quienes, como a mí, nadie echará de menos esta noche". Este pobre hombre, me dije, está en una situación aún peor que la mujer que pidió la hora: debe ser uno de esos desdichados a los que Gilbert Cesbron llamó, en una hermosa novela, "Perros perdidos sin collar".

Recordé lo que el zorro dijo al Principito para explicarle qué era estar domesticado: "Significa crear lazos... Tú no eres para mí todavía más que un muchachito igual a otros cien mil muchachitos. Y no te necesito. Tú tampoco tienes necesidad de mí. No soy para ti más que un zorro entre otros cien mil zorros semejantes. Pero si me domesticas, entonces tendremos necesidad el uno del otro. Tú serás para mí único en el mundo, yo seré para ti único en el mundo… Sólo se conocen bien las cosas que se domestican... (Cuando me hayas domesticado, ven siempre a la misma hora…) Si vienes a las cuatro de la tarde, empezaré a ser dichoso desde las tres. Cuanto más avance la hora, más feliz me sentiré. A las cuatro estaré agitado e inquieto, descubriendo así lo que vale la felicidad. Pero si vienes a cualquier hora, nunca sabré cuándo preparar mi corazón... El rito es necesario… Es lo que hace que un día no se parezca a otro día y que una hora sea diferente a otra". Hay algo peor, concluí con pesar, que no ser domesticado: haberlo sido y ser abandonado; tener, no un corazón libre y salvaje, sino uno domesticado y sin amo. O que cree no tenerlo. El dolor de ese hombre era ateo.

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