ME contaba un amigo extremeño que uno de su pueblo, cuando iba al médico le decía: "Don Antonio, ¿usted, en sus cortas luces, cree que lo que yo tengo es grave?". El pobre hombre, que sí que era corto de entendederas, no sabía realmente el significado de tales palabras y pensaba que el latiguillo "en sus cortas luces" que alguna vez había oído, era un halago para el galeno.

Cuando uno mira hacia algunos dirigentes, quisiera ser como este ingenuo pueblerino y decirle a la cara aquello de sus cortas luces, en este caso sin eufemismo alguno, sin temor a equivocarse. Ni brillan ni dejan entrever el más mínimo destello de luminosidad; sus luces son cortísimas en el sentido literal de la expresión. Aún peor si nos ceñimos al mundo de la enseñanza. Acaba de hacer un siglo de la muerte de Giner de los Ríos y vemos cuán poca impronta queda de la magnífica Institución Libre de Enseñanza y qué poco provecho hemos sacado de ella. Qué gran oportunidad hemos dejado pasar para fortalecer el único pilar que, realmente, es capaz de sostener y mejorar al hombre y a la sociedad: la educación.

La docencia en nuestro país goza del espíritu cuartelero del todo sin novedad, dominada por el corporativismo y lo políticamente correcto. Hace años estuve dando clase en una academia de preparación de médicos para el MIR y lo dejé porque los alumnos llegaron a decirme que no estaban allí para aprender, sino para acertar preguntas. No aceptaban comentarios discrepantes y no me sentía a gusto. Un profesor de bachiller me comenta que ellos no basan sus clases en enseñar una determinada materia, sino en superar la Selectividad. Se trata, según parece, de adquirir práctica para una especie de acertijo similar al examen del carné de conducir.

Si un niño no habla inglés teniendo una asignatura que así se llama desde la etapa infantil, si no sabe nada de música y no pasa de tocar el Himno de Andalucía con la flauta al cabo de los años y cosas por el estilo, quiere decir que algo está fallando en el sistema educativo y no basta con la excusa frecuente de culpar a los padres.

Una enseñanza primaria para pasarlo guay, una secundaria para quitar a los mozalbetes de la calle, un bachillerato para aprobar la Selectividad y una universidad que no enseña una ciencia, sino que prepara para las oposiciones que permitan lograr el sueño de ser funcionario, deja claro que somos un país de cortas luces.

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