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La ciudad y los días

Carlos Colón

ccolon@grupojoly.com

Crockett, Gordon y los adoquines

Lo del manifiesto de los pavimentos es muy loable… Pero llega como Sam Houston al Álamo

Ahora resulta que "el Ayuntamiento asegura que es inviable la reutilización del adoquín de Gerena para calles completas" basándose en un estudio de Emasesa y Urbanismo "que concluye que el relabrado solo se podría hacer a mano, con un coste inasumible y cuya terminación seguiría siendo irregular, incumpliendo la normativa de accesibilidad universal". Como dijo el otro: "Hágame un informe que justifique que solo se puede hacer lo que desde hace décadas estoy haciendo".

Por lo visto Lisboa, París, Praga o Roma tienen tecnologías de conservación y restauración de pavimentos aquí desconocidas. Lo del "coste inasumible" llama la atención en la ciudad del seudo estadio olímpico o las setas (por ir de Alejandro a Alfredo). Con lo que a nuestros munícipes les gusta viajar podían darse una vuelta por esas capitales y contactar con sus colegas para que les cuenten los secretitos que les permiten mantener tantos tipos diversos de adoquinado más decentes y respetuosos con las fisonomías consolidadas de las ciudades que la m… que cubre ya la mayor parte del casco histórico de Sevilla. Y de paso preguntarles cómo se hacen los alcorques para que no se asfixien los árboles y se cuidan estos para no "verse obligados" a talarlos.

La dureza y durabilidad del adoquín es proverbial y su relieve compatible con la comodidad y accesibilidad a condición de que está bien colocado, lo que exige una artesanía aquí perdida, y cuidado, lo que exige una preservación del patrimonio aquí desconocida. La Ley de Memoria Histórica por lo visto no afecta al sevillano concepto franquista de modernidad como destrucción del patrimonio y rendición a lo vulgar. Cuando la marea negra cubrió Sevilla, los responsables y la ciudadanía entusiasta celebraban lo cómodo y práctico que era el asfalto y lo lisitas que dejaba las calles para disfrute de transeúntes y gozo de conductores cuyos coches se deslizaban suave y silenciosamente sobre la negra mortaja (pronto llena de baches y hasta de olitas cuando el calor la ablandaba). Así seguimos, sobrados de tontos que se aplaudan entre sí.

Lo del manifiesto de los pavimentos es muy loable… Pero llega como Sam Houston al Álamo o Kitchener a Jartum: demasiado tarde para salvar a Crockett, a Gordon o los adoquines. Y no será porque el Ayuntamiento no lleve años destrozándolos.

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