¿Cuántas naciones?

Especular sobre lo que es o no es una nación es una ocupación tan estéril como los debates teológicos medievales

Miquel Iceta, del PSC, dijo hace poco que él sabía cuántas naciones había en España porque las había contado. Qué curioso es eso, contar naciones cuando uno podría dedicar el tiempo libre a buscar setas. Pero así son los políticos que nos han tocado en esta triste nación -o lo que sea- que todavía llamamos España, ese país que se enreda en temas irresolubles -como la plurinacionalidad- cuando se olvida de los asuntos acuciantes como la precariedad laboral o la falta de viviendas sociales.

Especular sobre lo que es o no es una nación es una ocupación tan estéril como los debates teológicos medievales que discutían -como hacía el venerable Berengario de Tours- si lo que ocurría en la eucaristía era una transubstanciación o bien una consubstanciación de los cuerpos. Y lo mismo podría decirse de una nación. Porque, vamos a ver, ¿qué demonios es una nación? ¿Y cómo se crean, por qué clase de transubstanciación o consubstanciación histórica aparecen y desaparecen las naciones? ¿Y por qué es una nación Papúa-Nueva Guinea, que tiene la friolera de 820 idiomas distintos, y no lo es el Kurdistán, que quizá tendría muchos más motivos históricos para serlo? La verdad es que no hay una respuesta lógica para ninguno de estos casos. Y lo único que podemos decir es que una nación es aquello que un documento jurídico-político define como nación y, por tanto, le atribuye una serie de facultades y características propias. Eso es todo.

Nos guste o no, las naciones son convenciones arbitrarias. Una boda de un rey o una batalla perdida por culpa de un general que se quedó dormido: cualquiera de estas circunstancias triviales ha permitido o impedido la existencia de una nación. Todo es cuestión de azar y de cohesión y de fuerza. Unas naciones desaparecen, otras se afianzan, otras se desintegran a los pocos años de su creación. Unas duran, otras no. España, por ejemplo, no es menos extraña que Malta o Finlandia o Papúa-Nueva Guinea. Lo único que la diferencia es que ha tenido una historia común mucho más larga que cualquier otra nación europea. Con cuatro lenguas distintas, con una arraigada tradición de intolerancia y de injusticia, con una lista interminable de enfrentamientos civiles, España ha sobrevivido como nación. Ha sido un milagro, o una casualidad, pero ha resistido. Eso quizá es lo que molesta tanto.

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