FERIA Tiempo Sevilla | Este martes se espera que sea el día más caluroso en la Feria

EN Sevilla se cumple a la perfección el adagio de que el hombre (o las instituciones) es el único animal que tropieza dos veces con la misma piedra. Así, si hace unos días el Ayuntamiento reeditó la crisis política (ahora, entre Urbanismo y Movilidad) y las indemnizaciones solidarias del caso Bazar España pero con el semáforo de Hytasa, la Junta de Andalucía, para no ser menos, nos retrotrae con las pérgolas de la Expo a la desaparición de la cubierta de la Copa Davis, que fue sustraída para chatarra. Recuérdese que el Ayuntamiento dejó abandonada a su suerte en un solar la cubierta de la Davis, sin ordenar ni su cerramiento ni disponer vigilancia alguna. La Junta ha emulado la desidia municipal al abandonar a su vez en la banqueta del río Guadalquivir las pérgolas supervivientes de la Expo (al menos 130 de las 860 iniciales), que compró a Puertos del Estado junto con los viveros de la Muestra Universal. Sin vallado ni vigilantes en los terrenos de Epsa, las pérgolas eran una tentación para los amigos de lo ajeno, y así estamos asistiendo al penoso espectáculo de que bandas de rumanos, segueta en mano, estén cortando uno a uno los tubos de las cubiertas vegetales de la Expo. Aún resuenan las palabras del grandísimo director de orquesta italiano Claudio Abbado, sucesor de Karajan en la Filarmónica de Berlín, cuando al ser preguntado sobre qué le había impresionado más de la Expo de Sevilla no se refirió a ningún pabellón, ni al espectáculo del Lago, ni a la Cabalgata, sino a las humildes, pero maravillosas por su simplicidad y eficacia, pérgolas. Aquellas 860 unidades móviles que albergaron 27.500 plantas trepadoras de 27 especies diferentes proporcionaron 50.000 m2 de sombra y dotaron de su impronta al universal evento. Otra ciudad las hubiera conservado como joyas botánicas y , desde el 92, históricas - tras el éxito que tuvieron hubo hasta una demanda internacional para conseguirlas- y las habría reutilizado por doquier, pero en Sevilla, salvo contadas excepciones, han acabado como el arpa de la rima de Bécquer: "silenciosas y cubiertas de polvo, de su dueña (la Junta) tal vez olvidadas". ¿Quién, como en el poema becqueriano, será la mano de nieve que sepa rescatarlas?.

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