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La ciudad y los días

Carlos Colón

ccolon@grupojoly.com

Cuernos, palos y arquitectos

En los lugares que destrozaron nos dicen que han hecho estupendamente destrozándolos

El Colegio de Arquitectos ha pretendido "dar inicio a una conversación abierta con la sociedad en torno al espacio público y su impacto en las experiencias cotidianas". Para ello ha plantado mupis en varios puntos de Sevilla con los caretos y las caretas de 30 arquitectos y arquitectas con el fin de que los ciudadanos y ciudadanas nos ilustremos sobre lo positivo, inteligente y progresista de sus intervenciones y lo negativo, imbécil y reaccionario de disentir de su alto sacerdocio. Así -en la tradición del cornudo apaleado de Boccaccio- al agravio unen la burla de que en los lugares destrozados por ellos se nos diga que han hecho estupendamente destrozándolos. En el mupi de la plaza del Pan, arrasada por el mamarracho de La Piel Sensible, se nos pregunta si nos vestiríamos hoy como en el siglo XIX. Pues mire usted, no. Pero tampoco con el futurismo hortera de Barbarella o la falsa modernidad macarra de los yeyés de Cachitos de hierro y cromo de La 2 con la que tantos arquitectos y arquitectas han desfigurado Sevilla.

Lo curioso del asunto es que algunos de los firmantes más históricamente progresistas de esta mofa me invitaron en la Transición al descubrimiento de los adoquines de la plaza de San Francisco sepultados bajo el asfalto franquista. Entonces la destrucción del patrimonio -incluidos los pavimentos- era cosa del Régimen y lo progresista era la Carta del Restauro de 1972 en la que se defendía que el ambiente urbano era tan importante como los monumentos arquitectónicos por lo que debía "ser tutelado de forma orgánica". Se condenaba por ello la alteración de "las condiciones accesorias o ambientales en las que ha llegado hasta nuestro tiempo el conjunto" y se proponía que todas las operaciones tuvieran "un bajo perfil sustancialmente conservador, respetando todos los elementos añadidos y evitando en todo caso intervenciones innovadoras o de repristino". En los centros históricos se debía respetar "cuanto tenga particular valor de testimonio histórico, arquitectónico o urbanístico (…) independientemente de su valor intrínseco" porque "la estructura urbanística posee por sí misma un significado y un valor" cuya permanencia "debe garantizarse".

Lo contrario de lo hecho en las plazas de San Lorenzo, Virgen de los Reyes, del Pan o de la Encarnación y en la Alameda, la Avenida o la Puerta de Jerez que ahora -cornudos y apaleados- se exalta.

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