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Gafas de cerca

Tacho Rufino

jirufino@grupojoly.com

Dar la teta

En lo de dar de mamar en público, con no mirar, vale; ante el ruido, no hay defensa

Quienes hemos tenido varios hermanos, habremos debido de presenciar la rutina del dar de mamar al nuevo hermanito. Yo, un boomer español de manual, hacía el quinto, pero no el último de la prole. Bien sea por el bendito olvidar de la niñez, bien sea por una prudencia proverbial de madre, no recuerdo estar asistiendo cada dos por tres al hecho repetitivo de amamantar al nuevo bebé, cinco veces al día, o las que hagan falta. Dar de mamar a un recién nacido debe de ser algo hermoso por privado e íntimo. Esto es algo que tengo por cierto no sólo entre humanas, sino en cualquier otra madre de nuestra clase biológica. Dar el pecho era -y es, huelga decirlo- sencillamente natural, y en ciertas ocasiones era obligado hacerlo más o menos en público: en una venta un domingo, en el propio bautizo del cristianado. No solían verse a mujeres dar la teta, y pocas veces se ven ahora. Aunque la visión de un pecho era tabú -¿lo era menos entonces, o lo es más ahora?-, cuando una mujer llena de vida como nunca nutría a su criatura no convenía ser explícita en tal proceso. Ni, de otra parte, escandalizarse por ello.

Vi en una red social que, en un restaurante, a una mujer le debieron de haber llamado la atención por dar de mamar a su pequeño -"cúbrase un poco, si no le importa, gracias"-, porque, según es de asumir, aquella escena incomodaba a otros clientes. La chica, irónica y rebelde, se cubrió su cabeza con un pañuelo; la del mamoncete pelón se veía perfectamente, quién sabe si se oían los entregados chupetones. Quién puede estar en contra de que una madre lactante dé de comer donde y cuando lo precise. A riesgo de estar uno aquí pergeñando proyectos de ordenanzas municipales, no cabe decir lo mismo de un cambio de pañales: eso no es íntimo, es excluyente, y lo es por respeto al semejante; también es invasivo enseñar fuera de sitio y sin recato tus sudores y sobacos. El colofón a todo esto es bipolar: no es de recibo que quien se rechupetea los dedos con caracoles o quien engulle un filetón sangrante se ponga tenso con una mami dado la teta. Pero tampoco hay que ostentar la intimidad, para no perderla. Convendrán conmigo en que antes que llamar la atención a una mujer por este motivo cabría advertir a padres abstinentes con sus niños ya en edad de dar soberano coñazo, o a quien grita. Si alguien da alimento por natural necesidad, con no mirar, vale (y es educado no mirar). La vulgaridad y el ruido ineducados son mucho peores: son un castigo evitable para los inocentes oídos de tus semejantes. El ruido te lo tragas sin ganas. Te lo mamas.

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