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El análisis

Santiago / Carbó / Catedrático De Análisis Económico De La Universidad De Granada E Investigador De La Reserva Federal En Chicago

Deberes para el verano

La primera tarea que hay que cumplir es asumir la difícil situación económica por la que pasa España y reconocer que todas las previsiones se están quedando cortas

ÉSTA será la última vez que les escriba desde la Reserva Federal en Chicago, con la que, tras seis meses de apasionante actividad, efervescencia económica y aprendizaje, mantendré en adelante mi contacto como investigador y consultor con visitas ocasionales, pero fundamentalmente desde Andalucía, desde donde retomaré estos artículos de análisis en septiembre. Afrontamos ya -unos antes y otros después, más largas o más cortas- unas vacaciones de verano que marcan el primer año desde el desencadenamiento de la crisis de las subprime.

Como ya se ha señalado desde esta y otras tribunas, la crisis en España ha venido dominada por la significativa corrección de la actividad y los precios en el mercado inmobiliario. En este sentido, la crisis de confianza en los mercados financieros no ha actuado como motor, sino como catalizador de la crisis inmobiliaria que, además, viene ya acompañada de una ralentización considerable del consumo y un aumento sensible del desempleo, la inflación y el déficit por cuenta corriente de la balanza de pagos. En este escenario, parece conveniente el esfuerzo de todos los ya más de 46 millones de españoles, pero es también necesario tratar de proponer medidas que puedan hacer que este esfuerzo sea no sólo más llevadero, sino también más eficiente.

Resulta de interés, por ejemplo, echar una ojeada al reciente número 204 de Cuadernos de Información Económica, publicado por Funcas. Entre las diferentes recetas económicas de las que trata el citado volumen, destaca que la primera y, probablemente, más necesaria de las tareas es asumir la difícil situación económica, le pongamos el nombre que le queramos poner (desaceleración intensa, crisis o recesión). Esto implica reconocer que todas las previsiones se están quedando cortas sobre la incidencia de la misma y que afrontamos una situación en la que el dinamismo de nuestro crecimiento se está perdiendo en 2008, se perderá definitivamente en 2009 y no se recuperará hasta bien entrado 2010 o 2011.

Asimismo, en el reciente Informe Anual del Banco de España 2007 se ha puesto el énfasis en lo delicado y, previsiblemente, prolongado de esta crisis, debido a la persistencia de algunas rigideces en la estructura productiva de nuestra economía. En un plano estrictamente financiero, las previsiones de este informe confirman lo que nos temíamos, que los fondos de provisión de riesgos de las entidades financieras podrían absorber buena parte de las pérdidas "previstas" pero que la magnitud de las pérdidas "imprevistas" afectará de manera ineludible a sus resultados en 2008 y 2009. En cualquier caso, para el Banco de España la mayor preocupación actual no se centra en el sector financiero, sino en el deterioro de la confianza de los agentes económicos, como consecuencia del aumento de la inestabilidad financiera global. Tan sólo entre abril de 2007 y abril de 2008, el Índice de Confianza del Consumidor que elabora el ICO ha caído más de 30 puntos. En este contexto, las medidas anunciadas por el Gobierno hasta ahora para suavizar los efectos de la crisis irían en la dirección adecuada, aunque podrían ser insuficientes.

¿Qué margen queda para la política económica ante esta crisis? En el ámbito del mero diagnóstico de la situación, el primer objetivo sería compensar, en la medida de lo posible, la reducción de la demanda agregada. Esta disminución viene dada por la reducción en la demanda de viviendas y precisa de medidas a corto y largo plazo. En ninguno de los casos, la solución (ni coyuntural ni estructural) pasa por aportar estímulos artificiales al sector inmobiliario, excepto en lo que se refiere a impulsar el mercado de la vivienda en alquiler. Lo que sí parece urgente es arbitrar medidas que favorezcan las exportaciones, con incentivos para la salida de empresas y productos españoles al exterior. Del mismo modo, en el ámbito empresarial, podrían desarrollarse incentivos fiscales al impuesto de sociedades que favorecieran la inversión a corto plazo. La reducción de la factura energética, fundamentalmente petrolífera (al margen del componente exógeno de la evolución del tipo de cambio del euro) debe convertirse en uno de los objetivos prioritarios a largo plazo. Por otro lado, en el sector agrícola, las iniciativas para el desarrollo de biocombustibles deben ser, asimismo, apoyadas.

En cuanto al mercado de trabajo, no deberían ser únicamente los salarios los ejes del debate sobre dónde realizar el ajuste. Resulta también ya palpable un movimiento de la población activa derivado del aumento del paro en la población emigrante, que urge contener y regular -en la medida de lo posible en un ámbito europeo- para evitar descompensaciones coyunturales en la base de población activa. Donde conviene centrar los esfuerzos es en una reforma del mercado no ya centrada en propiciar el trabajo indefinido y reducir la temporalidad, sino en generar mayor seguridad laboral y, sobre todo, un mayor ajuste entre el sistema educativo y el mercado de trabajo.

Son todas estas recetas urgentes más o menos aceptadas o aceptables. Es preciso reconocer que algunas de ellas tienen un carácter de largo plazo, pero en estos tiempos, marcar estilo y señalizarse (como ha hecho, en un campo bien distinto, la selección española de fútbol en la Eurocopa) son dos ingredientes básicos para anunciar y augurar tiempos mejores y para que la confianza, poco a poco, se restaure.

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