Fichar a un talento como Óliver Torres es como ponerle la guinda a un apetitoso pastel, que es lo que anda cociendo Monchi en este verano de su retorno a casa. Me preguntaba un conspicuo ayer tarde si al Sevilla iban a permitirle jugar con más de once futbolistas dada la aglomeración que hoy registra su vestuario. Y eso se puede refutar con una sentencia de las muchas que registra el refranero español, que nunca es mal año por mucho trigo.

Óliver es uno de los talentos más preclaros y bonitos de ver de cuantos jugones parió nuestro fútbol desde que entrase en vigor la fiebre del tiquitaca. Llega, por si fuera poco, con el aval del mejor avalista que puede tener un recién llegado, el del entrenador. Con Lopetegui alcanzó su mejor nivel en la sub19 y también en el Oporto y ahí puede haberse terminado el nomadeo de este extremeño llamado a llenar de gozo con su fútbol artístico a la clientela de Nervión.

Nueve fichajes, un pastón y un oneroso overbooking en camerinos, lo que deja muy en entredicho la gestión realizada mientras Monchi vivaqueaba junto al Tíber. Los duelos con pan son menos y lo que no falta en el Sevilla es pan, léase cash en su caja fuerte, pero con la caja llena es fácil perderle dinero a la Operación Salida, pues el futbolista suele jugar donde quiere y muchos de los señalados dónde van a estar más confortablemente que en este Sevilla de vacas lustrosas.

Y es que teniendo en cuenta la normativa UEFA que obliga a dejar cuatro plazas para canteranos, la cifra de viajeros en la puerta de salida es alta. Claro que el aficionado dirá que siempre será mejor que sobre y no que falte y que, páguese lo que se pague, mejor este verano de adquisiciones en tropel que uno de marasmo adquisitivo o medianías a precio de oro. Y tras todas estas disquisiciones, mi amigo sigue con la duda de si al Sevilla le permitirán más de once en cancha.