CERTERA. Lúcida. Honda. Universal. La frase "Denunciar también es amor" es un bellísimo verso suelto con el que ya puede ahorrarse el Instituto Andaluz de la Mujer la convocatoria de un concurso de ideas para renovar la concienciación social sobre la violencia doméstica. No se le ha ocurrido a un filósofo tipo José Antonio Marina, ni a un poeta de Cántico como Pablo García Baena, ni a talentos del eslogan como Fernando Ocaña. Con la grandeza de un personaje de Shakespeare, pero con la fluidez mental que no se medita, le ha salido de los adentros en carne viva a Julio Maestre, hermano de la mujer asesinada el pasado martes en Sevilla a manos de su pareja. Denunciar también es amor. Amor fraternal, amor al prójimo, amor por caridad, amor al fin y al cabo. Y más puro, porque sólo desde el amor a la vida de los otros se mete alguien en camisa de once varas para señalar al violento, estar a expensas de su ira y de la posible inquina familiar, y sacar de sus falsas casillas a una mujer presa de sus miedos y de sus amores fallidos.

Ya apuntamos el pasado miércoles que la muerte de Cristina Maestre era tan evitable como previsible. Los testimonios posteriores corroboran que era muy alto el riesgo que corría por perdonar y acoger al hombre con el que cometió una pésima elección como proyecto de vida. Hoy, jornada en la que prima la vida en rosa y el perfume por el efecto San Valentín, y multitud de personas incurren en el error de interpretar estereotipos que no sienten y de los que aún no se han arrepentido, echo en falta junto a San Valentín un San Valentón. Para que enseñe a diestro y siniestro que denunciar las miserias del amor mal entendido y no correspondido es la declaración de amor más acertada y el camino más corto para buscar otra oportunidad de amar con más cariño y respeto recíproco.

Tan romántico es saber arrimarse como saber distanciarse. El amor fatal hay que dejarlo para las películas de cine negro.