Derribando fronteras

La candidatura de Manuel Valls a la Alcaldía de Barcelona, de llevarse a cabo, tendrá una virtud rompedora

Al margen de análisis, conjeturas y pronósticos acerca de sus posibilidades, la candidatura de Manuel Valls a la Alcaldía de Barcelona, de llevarse a cabo, tendrá una virtud rompedora y sentará un precedente simbólico muy llamativo. En un mundo maniqueo y sectario como el del nacionalismo catalán, tan necesitado de separaciones nítidas, con rayas y colorines, una maniobra como la de Valls puede producir profundo desconcierto. Porque se trata de un catalán de nacimiento, que olvidó que ese hecho imprime carácter y, en el exilio familiar, en Francia, en lugar de cultivar nostálgico las esencias de unos orígenes catalanistas, se adentró, por voluntad propia, en la cultura francesa, eligió nacionalizarse allí y militar en el socialismo, logrando situarse como primer ministro. No hay mejor ejemplo, a la vez, de las posibilidades de acogida que ofrece un país, ni de un itinerario personal que supo liberarse de los lastres anacrónicos de las identidades, para forjarse en una lucha moderna de ideas y razones.

¿Cómo van a explicar los separatistas identitarios esta vuelta a Cataluña de un hijo pródigo convertido en emblema de España y de Europa? No va a ser fácil descalificarle, según las consignas habituales, como una secuela más del franquismo. Y aunque no consiguiera la Alcaldía, Valls aportará una imagen imprevista que descolocará a la clerigalla heredera del carlismo: la del político portador de unas identidades errantes, nómadas, compatibles y nada excluyentes. Un político, pues, que se permite transitar de unas fronteras a otras, porque lo significativo no son las banderas sino las convicciones que se defienden.

Se podrán rebuscar distintas motivaciones en esta apuesta de Valls, pero no parece un mero gesto teatral, alumbrado sólo para mantener, una vez más, su nombre en candelero. El separatismo ha crecido reduciendo la supuesta identidad catalana a cuatro sentimientos, y apoyándose, sobre todo, en la imagen de una España opresora. Con ese simple bagaje se han enfrentado hasta ahora con los partidos constitucionalistas. Pero ese lenguaje ya no resultará válido ante Valls, porque él no encarna una frontera fija ni representa una identidad anclada. Y, por tanto, puede representar para muchos catalanes la voz necesaria de una ciudadanía moderna y cosmopolita, dispuesta a derribar fronteras para construir una Europa que no esté hipotecada por identidades nostálgicas de un pasado que nunca tuvieron.

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