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La tribuna

rafael Rodríguez Prieto

Desafío político. Lecciones australianas

UNA célebre cita, atribuida a Giulio Andreotti, señala que hay amigos íntimos, amigos, conocidos, adversarios, enemigos, enemigos mortales y... compañeros de partido. El PSOE parece haber exacerbado esta sospecha en las últimas horas. La lucha por el control de los sillones ha estallado ante las cámaras del duopolio televisivo. Si esto sigue así, Sálvame se tendrá que hacer desde Ferraz.

Desgraciadamente, no se trata de un conflicto de carácter ideológico. Las ideas suelen suponer un fardo demasiado oneroso para una organización que, en los últimos lustros, parece haber sido concebida como una máquina dedicada a la obtención y reproducción del poder residual, otorgado a los políticos europeos por las grandes corporaciones y sus socios de Bruselas.

En consecuencia, no estamos ante un debate semejante al protagonizado por Besteiro o Largo Caballero. No existe una polémica teórica ligada a una táctica política que cincele la posición del partido. El espectáculo al que asistimos tiene más que ver con la supervivencia dentro del coche oficial. Las cartas están dadas desde hace tiempo. Tan solo una pléyade de significantes huecos adornan, elección tras elección, un argumentario tan manido como rancio al servicio del marketing electoral.

Hace unos días, un colega me decía que la guerra en el PSOE hacía a su padre la convalecencia en el hospital más llevadera y entretenida. El padre de mi amigo es una persona que proviene de una familia humilde y que con esfuerzo e inteligencia ha logrado convertirse en un jurista brillante y admirado. Como tantos otros, asiste con cierta perplejidad a la paradójica ascensión de los peor preparados y formados a puestos de responsabilidad gubernamental. La mediocridad se ha extendido por los partidos con una celeridad semejante a los contratos basura por el ecosistema laboral hispánico. La política se está convirtiendo en una carrera en la que se prospera con silencio y compañías adecuadas. Huelga decir que la consecuencia sea que buena parte de nuestros políticos dependan del partido para pagar su hipoteca. El resultado de elaborar un cesto con estos mimbres se resume en la vieja premisa de Marx sobre la repetición de la historia: primero como tragedia, después como farsa. El problema es que esta segunda pudiera conllevar un mayor debilitamiento del Estado, junto con un fortalecimiento de los separatistas y de todos aquellos interesados en negociar con nuestra salud, educación o pensiones.

La pretensión de reconducir estas escaramuzas al proceloso terreno de las legitimidades es más bien interesada e irreal. Estamos, simplemente, ante una versión corregida y agudizada de la vida interna de los partidos, plagados de zancadillas, coaliciones sustentadas en intereses espurios e imposiciones. Es más sencillo encontrar a un unicornio en la cola del paro que democracia interna en un partido. Asumir esta realidad, nos permitiría transitar hacia otras formas más claras y eficientes de revocación de liderazgos. En política comparada existe un notable ejemplo: el desafío político en Australia.

Con el leadership spill -o desafío al liderazgo- los parlamentarios de cada partido pueden, en cualquier momento, derrocar a su líder y nombrar a uno alternativo. Es un proceso sencillo: basta el 50% de votos más uno. Este mecanismo sirve tanto para cambiar al líder de la oposición como al propio primer ministro. De hecho, el jefe de Gobierno actual llegó al cargo gracias a este recurso. Los errores políticos de Tony Abott -el anterior líder liberal- se entendieron como una amenaza para la supervivencia electoral del partido. Las encuestas y algunos errores de su máximo dirigente precipitaron el uso de una herramienta que percibían, últimamente, como un factor de inestabilidad política, vinculada a los usos y costumbres del laborismo. En realidad, liberales y laboristas la han utilizado, tanto en el Gobierno como en la oposición, cuando lo han considerado conveniente. Algunos australianos consideran este "asesinato político" como un factor de inestabilidad. Para otros, los problemas que pudiera acarrear el leadership spill se compensan con la existencia de un mecanismo revocatorio extra durante los periodos entre las elecciones.

¿Es el leadership spill trasladable a España? ¿Sería deseable su adopción? No es muy inteligente tener que esperar a la derrota en unas elecciones para buscar un recambio. Sería deseable que existiera una herramienta que, con celeridad y sin demasiado desgaste para el partido, permitiera prescindir del jefe, ya sea de la oposición o del Gobierno, que no cumple las expectativas. La inestabilidad quedaría compensada por la capacidad de recomponer una situación delicada para el partido o para el estado. La particular coyuntura política actual parece estar ligada a la suerte de dos personas: Rajoy y Sánchez. No es aventurado sostener que la exclusión de ambos factores pudiera conducir a una resolución rápida de la situación. Ya decía Jacinto Benavente: "Sólo temo a mis enemigos cuando empiezan a tener razón".

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