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La ciudad y los días

Carlos Colón

Descenso a los infiernos

HAY quien sostiene que el cine de fantasía y terror da forma a las pesadillas sociales e incluso las intuye. Una obra de referencia sería el famoso De Caligari a Hitler: Una historia psicológica del cine alemán de Kracauer, en el que se rastrean las pistas que intuyen el advenimiento del nazismo en el cine alemán de los años 20 y principios de los 30. Un caso conocido sería el de las películas americanas de los 50 que dieron forma al pánico nuclear y la psicosis anticomunista generadas por la Guerra Fría, con La humanidad en peligro (1954) o La invasión de los ladrones de cuerpos (1956) en cabeza.

En lo que a la violencia de género y familiar se refiere podría pensarse que la intuyeron antes y la simbolizan hoy las películas de zombis, poseídos, psycho-killers y demás fauna que asesinan a sus parejas, hijos, familiares o a quienes se crucen en su camino. Como la mujer de Baiona que el mes pasado, tras llamar a su ex marido para decirle lo que iba a hacer, se tiró con su coche por un barranco con sus dos hijas de 2 y 4 años; o como el asesino de Almería que ayer se tiró por el balcón tras matar a su mujer y a su hijo de cinco años. En estos casos al horror de la violencia de género se suma el del asesinato fallido o consumado de los propios hijos o el de los padres a manos de hijos.

Por eso creo que el drama de la violencia familiar y social excede, en el sentido de englobarla como parte de un problema de más pavorosas proporciones, a la violencia de género. El asesinato de mujeres a manos de sus parejas o ex parejas no sólo no decrece, sino que aumenta. En lo que va de año han sido asesinadas 30 mujeres -nueve de ellas en Andalucía, que encabeza la siniestra lista- convirtiendo de momento a 2010 en el peor año de la década: en 2008, que era el año en que se cometieron más crímenes de género, en este mismo período se habían producido 27 asesinatos, tres menos que en 2010.

A esta plaga creciente hay que sumar los crímenes relacionados con abuso de menores, casos de Mari Luz o de Marta del Castillo, cuyo cuerpo sigue sin aparecer; los asesinatos de hijos, casos del intento de Baiona y Almería; los perpetrados por menores sádicos, caso de las niñas asesinas de San Fernando; los de los padres asesinados por sus hijos, caso reciente de Los Pajaritos; y la matanza indiscriminada, afortunadamente tan rara entre nosotros que tiene nombre propio, Puerto Hurraco, pero creciente en Europa con siete masacres en la última década desde la de Erfurt (Alemania) a la reciente de Cumbria (Inglaterra). Urge reflexionar y actuar para frenar este descenso a los infiernos.

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