EL Consejo de Ministros aprobó ayer el decreto de disolución de las Cortes y convocatoria de las elecciones generales. El presidente del Gobierno visitó a continuación al Rey para comunicarle oficialmente la fecha de los comicios. Quedan ocho semanas para tan fausto acontecimiento.

Empieza, pues, una precampaña electoral que es materialmente una campaña con todos sus avíos, de la misma manera que desde que acabó el verano vivimos ya en plena precampaña. Qué más da que no se pueda aún pedir el voto a los ciudadanos si toda la actividad de los partidos se centra en esa petición en teoría prohibida... Lo único que cambia es que, desde hoy, los gobernantes no pueden inaugurar más cosas. Claro que ya no les queda nada por inaugurar...

¿Qué actitud adoptar ante esta campaña tan larga como todas? Buena pregunta. Después de tantos años con ustedes he cogido confianza y me atrevo a aconsejarles: desconfíen. No hace falta militar en la escuela intelectual de la sospecha para entender que viene un tiempo en el que hay que parapetarse frente a las palabras insustanciales y las promesas huecas. Si normalmente padecemos aluviones intermitentes de esta mercancía, ahora nos someterán a un bombardeo inacabable. Necesitamos fuertes dosis de incredulidad y suspicacia para resistirlo sin caer en un hartazgo que conduzca al desentendimiento, siempre dañino porque lo que nos jugamos el 9 de marzo es mucho.

Seamos, pues, recelosos desde el minuto uno. No hay que fiarse de quien ofrece el oro y el moro después de haber tenido la oportunidad de dárnoslos y no haberlo hecho. Hay que dudar del que pone sobre la mesa bajar los impuestos y aumentar las ayudas sociales sin explicar cómo cuadrará las cuentas con objetivos tan contrapuestos. Se debe desconfiar de los dogmáticos que han descubierto la Verdad con mayúsculas porque, si pudieran, la impondrían a todo el mundo. Tendremos que mostrarnos incrédulos con aquellos que no nos piden un contrato de adscripción temporal a un programa, sino la adhesión sin matices a un líder carismático. Hablando de líderes, midámoslos a todos ellos no por lo que dicen, sino por lo que hacen y han hecho. Por ser escépticos necesitamos serlo hasta con las encuestas y análisis de los expertos, que en estas épocas, más que nunca, actúan menos como diagnósticos y pronósticos que como inductores de opciones determinadas.

El 9 de marzo es el momento álgido en el ejercicio de la soberanía popular. Un hombre, un voto. (Y una mujer también, que no se enfade nadie). Merece la pena esforzarse para que a uno no le coman el coco y su voto sea, en efecto, soberano y libre.

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