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José Aguilar

Descontrol y patriotismo de partido

UNA vez salvado el dique de los controles políticos y administrativos que el sistema democrático establece sobre el manejo del dinero público, todo es posible. Si se consiente la discrecionalidad en la concesión de ayudas y subvenciones a empresas e individuos, lo normal es que la discrecionalidad se convierta en arbitrariedad. Pensar lo contrario equivale a desconocer la naturaleza humana.

No sorprende, por ello, la confesión policial del chófer del ex director general de Trabajo de la Junta de Andalucía, Francisco Javier Guerrero, según la cual éste concedió subvenciones de 900.000 euros a dos empresas de su subordinado, Iniciativas Turísticas Sierra Morena -donde los bandoleros, sí- y Lógica Estratégica Empresarial, que no fueron utilizadas para tal finalidad, sino una parte a comprar un terreno y un piso para el declarante, y otra parte a comprar diversos artículos para el que otorgaba las ayudas y a fiestas, copas y cocaína que compartieron ambos, alto cargo y conductor.

El escándalo no está en la cocaína, sino en haber producido una situación en la que un director general ha podido repartir a su antojo, durante diez años y tres consejeros diferentes, varios millones de euros, saltándose a piola los procedimientos reglados a pesar de las advertencias de la Intervención General. Si alguien creía que Guerrero sólo iba a aplicar los fondos con justicia, a empresas en dificultades y criaturas trabajadoras al borde de la jubilación es que o no está en el mundo o no se quiere enterar. Lo normal es lo que pasó: jubilados falsos colados en ERE legales, familiares y amigos irregularmente beneficiados, clientes políticos con barra libre y personal subalterno con el que repartir el botín.

La cocaína únicamente añade el componente cutre y folclórico. Lo grave, repito, es el descontrol, que nace de una estancia prolongada en el poder y se alimenta de un cáncer con riesgo probable de metástasis: el patriotismo de partido. Ese que hace que los indeseables se arrimen al sol que más calienta, siempre con el carné en la boca, y que aprovechen su paso por los cargos públicos en beneficio de los compañeros, y de sí mismos, mientras sus jefes políticos miran para otro lado porque, al fin y al cabo, se trata de "los nuestros", supremo argumento para las mayores barrabasadas y las prácticas más perversas. La imputación penal tendrá el desenlace que deba tener, pero ningún consejero no puede no saber lo que ocurre durante su guardia en su departamento. Está obligado a asumir la responsabilidad por los hechos que no ha sido capaz de atajar.

Lo de la cocaína es tan sólo una confesión ante la Policía. Lo del saqueo de los fondos públicos cuenta ya con muchas pruebas. Y es grave de por sí, aunque el dinero hubiera sido para obras de caridad.

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