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José Antonio Carrizosa

Desgarros en la última trinchera

TENGO para mí que al que asó la manteca nunca se le hubiera ocurrido organizar en Sevilla un congreso como el que los socialistas concluyen hoy en un hotel de la Cartuja. Por muchas razones, pero la principal porque, independientemente del resultado, los socialistas andaluces, y los sevillanos muy especialmente, han logrado transmitir en la región en la que se lo juegan todo dentro de muy pocas semanas una imagen de luchas fratricidas, desgarros internos y obsesión nominalista que ni diseñada por Javier Arenas y Antonio Sanz le habría venido mejor a los intereses del Partido Popular para el 25-M. Por si a Pepe Griñán le faltaba algo, hasta ayer mismo ha estado inmerso en una guerra de banderías en la que, además, ha perdido y en la que ha dejado que se vean demasiadas presiones para imponer a su candidata. Incluso se le ha acusado de amenazar en privado con dejar al partido a su suerte si no lograba sus objetivos en este congreso. Griñán, que nunca ha consolidado un liderazgo real en amplios sectores del PSOE andaluz, sale definitivamente tocado y nadie da un duro por él si, como prevén todas las encuestas, el PSOE se da su tercer monumental batacazo en menos de un año en las ya muy cercanas elecciones andaluzas. El socialismo, a pesar de los cantos de unidad que se escenificarán a partir de hoy, sale en Andalucía mucho más roto de lo que estaba antes de este congreso. Que no era poco.

Su gestación y celebración, con los perfiles que fue adquiriendo desde que Chacón decidió disputarle la silla de Zapatero al electoralmente vapuleado Rubalcaba, no ha ayudado nada, sino todo lo contrario, al PSOE andaluz. La visión que se ha dado ha sido justo la contraria de la que se pretendía trayendo este cónclave a Sevilla: ni se ha dado una imagen de unidad en torno a Griñán ni de fortaleza política para afrontar el reto electoral. El problema del presidente andaluz no es la reformulación de la socialdemocracia en un contexto global de crisis ni asegurar la dirección federal del partido a cuatro años vista. Su desafío es ganar unas elecciones en las que el PSOE se juega su última trinchera y, si me apuran, la posibilidad de seguir contando para algo en este país en el corto y medio plazo.

Y lo que ha pasado estos días no le va a ayudar a ello. No le va a servir para detener, ni mucho menos, la trituradora en la que está metido y en la que las cuchillas son la crisis sin final que todo lo devora y la gestión que se ha hecho del caso de los ERE, que ha terminado siendo -quién se lo iba a decir a Griñán- uno de los episodios de corrupción más mediáticos y espectaculares de los muchos y diversos que han salpicado la democracia española. Si el presidente andaluz y el aparato del PSOE regional pensaban que con el congreso iban a sacar músculo, al final lo que ha salido es un candidato débil y un partido fracturado. No se le ocurre ni al que asó la manteca.

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