BERTÍN se ha despedido por ahora por la puerta de atrás, con el camión de la mudanza. Ha vendido el chalet, lo que buscaba. Aunque en su regreso tras las vacaciones se ha detectado que el público estaba un poco cansado de las no-entrevistas de Mi casa es la tuya, al cantante y a su productora, que han jugado a lo que saben, al cortoplacismo, ya tienen suficiente con el pellizco garantizado por Mediaset para unos años. Tener más o menos audiencia ya les da igual a todos los implicados. La cadena privada, por su parte, le quitó así a la pública el programa reciente que mejor le funcionaba.

Bertín ha modelado al gusto de Mediaset su formato y de esta manera lo ha devaluado, con invitados previsibles y enfatizando una mecánica simple que ante tanta continuidad se le afloran las carencias. A Mi casa es la tuya le restan un buen puñado de entregas, declinando en calidad e interés. Una lástima que se limite así el talento de los profesionales andaluces que están detrás, aunque ahora lo cobren mejor (se supone).

La pervivencia en la parrilla tiene su agotamiento y su servidumbre. En Big Bang tras diez temporadas han de recurrir a la ingeniería creativa para sumar personajes, todos esos que se han reunido en la repetición de la boda de Leonard y Penny: los dos protagonistas iniciales que cobran tanto como Sheldon (el actor Jim Parsons) y que, veteranía aparte, no son merecedores de ese favorecedor trato en los guiones. Entre los tres se zampan tres millones de dólares por semana aunque se percibe en sus roles un desgaste cada vez más evidente. Tras diez años Big Bang planea por inercia y no se atisba una remontada en las nuevas tramas, como el embarazo de Bernadette (y futura paternidad de Howard). La pareja se juega una secuela si algún día se marcha Sheldon.

En esta semana también llegaba a España lo nuevo de Blindspot, una tatuada con mucha mala baba que se va complicando en sus secretos y en sus intrigas. Las series no "de mujeres" sino "con mujeres" empiezan a dar más guerra.