Vivimos en un tiempo donde la deslealtad es moneda de uso corriente que circula con absoluta impunidad por nuestra sociedad. La deslealtad siempre fue cosa de felones y lo cierto es que la especie nunca estuvo al borde de extinción. Ocurre que cuando, como hogaño, se halla instalada en los dedos de quienes mueven esta marioneta que es la ciudadanía deriva a una gravedad incuestionable. Resulta que quienes han de merecer la confianza de sus gobernados hacen todo lo contrario y ahí andan a diario en esos menesteres. Una indocumentada que portavocea al partido presuntamente gobernante descalifica a sus antecesores, el coletudo vicepresidente le mueve la silla a algún que otro compañero de gabinete con unas injerencias impropias y el cabeza de cartel no le dice la verdad ni al médico, que es la prueba suprema de deslealtad a toda su clientela, le votara o no.
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