DIJO el ministro de Justicia que "la idea matriz" de la Reforma de la Ley de Libertad religiosa es que "haya un claro deslinde entre el fenómeno religioso y el espacio público y la laicidad del Estado". Y quienes somos partidarios de la total separación entre Iglesia y Estado aplaudimos… Hasta que caímos en la cuenta de que este PSOE no es el de Besteiro ni el de Suresnes, sino el de ese corto caballero que se llama Rodríguez Zapatero; y de que en un desliz revelador el ministro no se había referido a la Iglesia, ni a las otras confesiones, sino al "fenómeno religioso". Con lo que trasladaba la cuestión del laicismo democráticamente saludable (independencia del Estado respecto de cualquier organización religiosa) al sectariamente insano (acoso a los creyentes). Porque una cosa es el Estado y otra el espacio público, en el que lo religioso tiene tanto derecho de presencia y expresión como cualquier otra manifestación ideológica o cultural; y confundirlos tiene un tufo impositivo y sectario. Una cosa son las organizaciones religiosas, que no deben manipular al Estado ni ser manipuladas por él, y otra muy distinta es el fenómeno religioso, expresión no jerárquica de las tradiciones y costumbres, el arte y la cultura, las formas de vida y sensibilidades de los ciudadanos laicos que están más o menos integrados en la Iglesia e incluso -bien lo sabemos en Sevilla- pueden estar más próximos a una religiosidad sentimental y cultural que a una de creencia y compromiso. Deslindar las organizaciones o confesiones del Estado es saludable. Deslindar el fenómeno religioso del espacio público, además de imposible, es democráticamente insano. Para lograrlo habría que derribar las iglesias, arrancar los azulejos, cambiar nombres de calles y de barrios (empezando por el mío de Santa Cruz) o prohibir la Semana Santa y el Rocío.
Dijo también el ministro que "nuestra idea es que en los colegios públicos no exista ningún símbolo religioso. Sin embargo, si resulta que hay una imagen que es patrimonio histórico y es un centro público, si tiene valor histórico-artístico, no podrá destruirse". Y si lo primero puede tener sentido, la aclaración que le sigue fue otro desliz que da que pensar. ¿En qué nación democrática occidental a un ministro se le ocurre garantizar que los símbolos religiosos que sean patrimonio histórico no podrán ser destruidos? Es algo que se da por supuesto allí donde no se bordea la irracionalidad sectaria y donde no se fomenta el rencor antirreligioso desde el poder. En la España de Zapatero, sin embargo, parece que es necesario precisarlo. Por algo será.
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