La tribuna

abel Veiga

Después del chavismo

LA dimensión política y humana de Hugo Chávez ha sido indiscutible no sólo en Venezuela sino en toda Latinoamérica. Su ebúrnea retórica populista y demagógica, su pasión por el poder con su golpe fallido a comienzo de los noventa, su anhelo irrefrenable de protagonismo, su querencia por el estado social y benefactor de los más desfavorecidos, su mercadeo con sus petrodólares apuntalando países satélites que se plegaban a su revolución inventada por él mismo y en la que sólo él aparentaba creer y otros emulaban, le llevaron a una concepción muy personalista del poder, pero Hugo Chávez no fue un dictador, tal vez un demagogo de la política que supo incluso escarnecerla, pero nadie puede restar méritos a su capacidad, a su incuestionable carisma y a un liderazgo trufado de una fuerte retórica antiimperialista.

Las urnas no le derrotaron en casi década y media, tampoco el golpe de 2002. Ganó una tras otra las elecciones y sus reformas legales y legalistas, constitucionales y presidenciales. Cada vez con más dificultad cuando la oposición era capaz de unirse y presentar un único candidato. El comandante presidente desaparece definitivamente de la escena política, pero no mediática. Nada volverá a ser igual sin Chávez. Ni en Venezuela, ni en Cuba, ni en el resto de países que de un modo u otro abrazaron la revolución bolivariana y el imitado espíritu de Bolívar. Espada en mano, símbolo y sensibilidades, abrazó una causa común como elemento unificador y vertebrador a la vez que fracturó como nadie un país entero.

¿Habrá chavismo sin Chávez?, ¿qué harán los militares?, ¿cómo lucharán por el poder sus inmediatos adláteres, conscientes de que no son aquél ni tienen su magnetismo ante una sociedad que amó y odió a partes iguales al líder? A corto plazo el chavismo sobrevivirá unos meses, y eso lo aprovecharán quienes ahora mismo detentan el poder y en menos de un mes pasarán por las urnas. Quizás gane la huella del líder, la memoria del político militar, pero no les permitirá al candidato gobernar haciendo lo mismo que hacía Chávez. El mundo reacciona con prudencia pidiendo una transición. Capriles, quién probablemente volverá a inmolarse en unas elecciones que no ganará, apela a la solidaridad de los venezolanos en estos momentos. Santos, el presidente colombiano, reconoce la gran pérdida que supone la desaparición del venezolano, toda vez que las relaciones fueron mínimamente reconstruidas desde que aquél ocupara la presidencia tras Uribe. Son más de dos mil kilómetros de fronteras y unas relaciones comerciales cruciales.

España, cuyas relaciones con Venezuela siempre han sido buenas, sabe que cualquier declaración oficial puede traer consecuencias diplomáticas y económicas, reconoce la dimensión del político y del líder venezolano, y suma su apoyo a una transición pacífica y modélica, democrática y plena. Pero serán los propios venezolanos los que tengan que protagonizarla. ¿Está hoy mejor Venezuela que antes de Chávez?, patria, socialismo y muerte, cuales viejos eslóganes de revolucionarios y marxistas que hoy carecen de sentido, desaparecen del escenario político. Silenciada la retórica avasalladora, imprevisible y demagógica, la realidad económica y social marcará el destino del país. También a corto plazo de países como Bolivia, Cuba y a más distancia Nicaragua, Ecuador. No así para Argentina, por mucha simpatía que se tuvieran los Kichner y su relación estratégica y económica amén de con Brasil. Huérfanos se quedan no los venezolanos, sino políticamente el régimen castrista.

El socialismo de Chávez no ha muerto todavía con la desaparición física de éste. Supo ganarse la lealtad de millones de venezolanos, con su personalidad y su histrionismo que no ha dejado a nadie indiferente. Sus ideas no le sobrevivirán, porque eran suyas nada más. El cáncer y el tratamiento apagaron su voz. Vieron su decadencia física pero no su voracidad de poder y de apuntalar un régimen que sabía no le sobreviviría. Ninguna "dictadura", aunque ésta no lo era, sobrevive a sus caudillos salvo en lo próximo e inmediato, el tiempo del duelo y la memoria emocionada. Luego se disipa el espejismo y la realidad despierta y agita conciencias y objetividades.

Ha sido el personaje más relevante en las dos últimas décadas en América Latina. Supo aprovecharlo, quiso hacerlo, necesitaba volcarlo. Entre retóricas y demagogias neopopulistas. Un torrente que desbordaba, que apasionaba, o que era detraído de simpatías y odios. Emuló a sus héroes, los suyos, los Bolívar, los Castro, los Guevara y tantos otros. Caracas le despedirá en unas horas multitudinariamente. Pero al día siguiente, tras los honores, vendrá la realidad y el tiempo redimensionará su medida, su huella y su legado. Tal vez, tampoco le absuelva la historia, o tal vez sí, porque simplemente nunca fue Castro.

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