LOS debates preelectorales siguen siendo una asignatura pendiente de la democracia española, que aún no ha conseguido institucionalizarlos como un hábito indiscutible y librarlos de la voluntad variable de los candidatos y sus partidos y de formatos rígidos y encorsetados que suelen convertirlos en sucesión de monólogos. El que enfrentó anteanoche a Alfredo Pérez Rubalcaba y Mariano Rajoy tuvo un seguimiento menor que en otras ocasiones, quizás porque las encuestas sobre el 20-N señalan una enorme distancia entre las expectativas electorales de uno y otro contendientes. Eso hace pensar, igualmente, que su desarrollo va a ejercer una influencia escasa entre los electores. A pesar de ello, los candidatos de PP y PSOE se atuvieron estrictamente a las estrategias de sus respectivas campañas, y lo hicieron con solvencia y moderación, aunque a ratos hicieron aparición los nervios. Para Rajoy se trataba de no arriesgar ante su adversario y poner el énfasis en la grave situación de la economía y el empleo a causa de la incompetencia del Gobierno al que ha pertenecido Rubalcaba (la anécdota fueron sus falsos lapsus sobre "Rodríguez..."). El propósito de Rubalcaba era, por el contrario, resaltar las ambigüedades contenidas en el programa del PP para verter sospechas sobre los recortes sociales que haría un hipotético Gobierno de Rajoy. Al hacerlo así se situaba en posición de perdedor, como si diera por buenas las encuestas y asumiera que su interlocutor será quien presida el próximo Gobierno de España. Aunque cambió el tono en la segunda parte del debate, no logró que los espectadores se sustrajeran a la impresión de que daba la batalla por perdida. Probablemente Rubalcaba se presentara en el debate con la mirada puesta en la etapa poselectoral y en la reformulación del liderazgo de su partido si las urnas ratifican la victoria absoluta del PP. Por lo demás, los dos candidatos mantuvieron un ambiente de cordialidad y espíritu constructivo, que al final cuajó en la expresión de deseos, que creemos sinceros, de colaborar en el final de ETA, la conciliación de trabajo y familia y los cambios de horarios.

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