La crónica económica

Joaquín / Aurioles

Después del petróleo

TODO lo que tiene que ver con el petróleo invita al alarmismo y no sólo porque la barrera de los cien dólares el barril esté al caer, sino también por los acontecimientos que se han sucedido tras el anuncio del Departamento de Energía norteamericano del pasado mes de mayo de que se había superado la fase expansiva de extracción de petróleo. Es lo que los expertos llaman peak oil, que significa que la cantidad que se va a extraer a partir de ahora va a ser cada vez menor y más cara. Como es lógico, se han vuelto a encender las alarmas y el interés de las compañías por tomar posiciones en la búsqueda de alternativas a la gasolina, financiando programas de investigación sobre biocombustibles, biogases, el hidrógeno, etcétera, que son las opciones más atractivas como fuentes primarias del combustible del futuro.

También toma cuerpo la posibilidad de aprovechar otros recursos fósiles, como los yacimientos de pizarras bituminosas en Alberta (Canadá), en Estados Unidos o en otras partes; la licuación del gas natural o la destilación del carbón. Cada una de estas opciones tiene sus ventajas, pero sobre todo un buen montón de inconvenientes. Las alternativas fósiles porque son muy costosas, aunque los elevados precios actuales les hacen un hueco en el mercado, y por las graves consecuencias medioambientales de su puesta en explotación. Con respecto a los combustibles derivados del hidrógeno, de los cereales no comestibles y de la celulosa, las principales pegas provienen del estado de la tecnología y del insuficiente rendimiento energético que se consigue.

Como era de esperar, ya están apareciendo los primeros estudios serios sobre el tema, comenzando por revisar el volumen real de reservas, que está muy por debajo de lo que se esperaba. La Agencia Internacional de la Energía también ha revisado sus previsiones de demanda y producción para el periodo 2007-2012, llegando a la conclusión de que si el mundo crece a un 4,5 por ciento, algo nada desproporcionado a la vista de la evolución de China, la India, el Sudeste Asiático y Oriente Medio, la demanda de petróleo lo hará al 2,2 por ciento anual.

Esto significa que para atender el aumento de la demanda, la actual producción de 86 millones de barriles diarios debería crecer hasta 96 millones en diez años, es decir, 2 millones cada año.

Los estrategas más optimistas consideran que el esfuerzo debería ser posible para cualquier industria organizada, aunque todo se difumina cuando se introducen ciertos detalles. Por ejemplo, que la producción en países que no pertenecen a la OPEP está en un proceso de declive irreversible, lo que significa que se trata de una opción en manos de productores que, en su mayoría, se encuentran entre las zonas más inestables del mundo. Además, el esfuerzo solicitado a la OPEP en su reunión de septiembre concluyó con el compromiso de elevar en 500.000 barriles la producción diaria que, no sólo no ha servido para atisbar soluciones de estabilidad al conflictivo panorama energético global, sino que ha dado la impresión de que la OPEP está al límite de sus posibilidades.

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