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Palabra en el tiempo

Alejandro V. García

Después del sorteo

LO peor de la lotería es el sorteo, esa circunstancia fatal que interrumpe la deliciosa ambición del premio. Mientras dura la posibilidad de lograr el acierto mayor de la lotería subsiste el espejismo de la credulidad, de la inocencia o de la fantasía frente al devenir inapelable del mundo. El sorteo vuelve a poner las cosas en su sitio. El realismo mágico frente al realismo sucio. Lo mejor la lotería y de todas las banalidades cíclicas con que aliviamos el tedio o el fracaso es el espacio que media entre la adquisición del billete y el sorteo. No sería disparatado inventar una lotería cuyo sorteo se alargara indefinidamente y permitiera soñar siempre en la hipótesis del acierto. Las dos o tres horas de duración del sorteo de Navidad son una especie de descenso desde las nubes a la tierra, desde la puerilidad al desengaño. La imagen de los agraciados descorchando bebidas espumosas no consigue aliviar nunca la decepción mayoritaria, no tanto por no haber logrado el gordo sino por haber creído en la probabilidad de obtenerlo.

Esta Navidad la frustración circular del 22 de diciembre es aún más cruda, pues nos deja inermes a las puertas de un año lleno no de vaticinios agoreros -ojalá fueran meras especulaciones de la pitonisa-, sino de amenazas tristemente calculadas y previstas: el peor con diferencia de la década. El otro día recibí una felicitación de Navidad de un alto cargo de la Junta de Andalucía en la que, tras los deseos rituales de buenaventura, se preguntaba, con un candor digno del mejor optimismo del PSOE de Zapatero, qué pasaría si el año 2009 fuera, contra todas las evidencias, un año excelente.

A ver ¿qué pasaría, querido Frank Capra, si el azar transformara todo de repente y los constructores salvajes retornaran a la sistemática destrucción del litoral con venturosas urbanizaciones llenas de obreros felices y los bancos recuperaran aquella época de codicia sin freno y ciega confianza en la que incluso animaban al cliente a agregar al montante de la hipoteca de la casa unos poco s millones más para el todoterreno? ¡Venga, hombre, incremente un poco el crédito! Sí, ¿qué pasaría si a partir de enero remontásemos el pasado en busca de los tiempos de la generosidad, la destrucción y la abundancia? ¡Qué bello es vivir el pasado!

Es duro reconocerlo, pero ya no habrá otra L otería de Navidad hasta dentro de un año, y un año es (lo tengo a la vista) un montón casilleros vacíos de un calendario. O más de trescientos huecos en blanco de una agenda cuyas páginas, todavía, responden con un crujido tierno, casi animal, cuando se acarician con los dedos.

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