Inmersos como estamos en este día después de los ERE, noviembre se nos hace más espeso y hasta se acentúa su tinte lúgubre. Tras la indignación camina la tristeza por el duro calvario de personas que cometieron el gravísimo delito de mirar hacia el punto menos indicado. Me refiero sólo a la cruz que llevan en sus hombros Manolo Chaves y Pepe Griñán. Merecida cruz por no haber sabido desempeñar un cargo en el que prevalece la vigilancia al amigo sobre el marcaje al enemigo. Ambos parecían no darse cuenta del Patio de Monipodio creado a su alrededor y en el que abundaban golfos, pícaros y encorbatada gente de mal vivir. Y en este espeso día después priman el dolor por lo que ellos pasan y la indignación por la soberbia y la poca vergüenza de, por ejemplo, ese ex rector que anima a repetir lo del alguacil alguacilado en un contrataque del reo ciertamente vergonzoso.