La ciudad y los días

Carlos Colón

ccolon@grupojoly.com

Diálogo en San Juan de la palma

Están frente a frente estas dos Vírgenes únicas que tienen por advocación su rostro y por rostro su advocación

Lo sentía ayer, en San Juan de la Palma. Tal vez el momento más mío de la Semana Santa, porque soy de allí, allí nací y más de allí me siento cuanto más viejo voy siendo, sea aquel en que se ven cara a cara las dos únicas Vírgenes que tienen su advocación esculpida en sus rostros. Una contempla primero a la otra asomada a la ventana su azulejo, como si se adelantara impaciente para verla venir desde Espíritu Santo. La otra pasa ante ella con su valiente mirar de frente, sin verla. El verdadero encuentro se produce poco después, cuando desde sus pasos las dos Vírgenes se contemplan. Una está quieta en el presbiterio, entronizada en su palio exhausto, cuajada y fría la cera que cayó la noche del Domingo de Ramos, muertos los pabilos que la alumbraron, mustiándose bajo su manto las flores de su paso que la piedad de sus cofrades colocó donde reposan los hermanos que han emblanquecido aún más sus túnicas lavándolas en la sangre del Cordero, rodeada por la oscuridad del templo como si lo llenara la de su alma desgarrada que guarda las tinieblas que cayeron sobre la tierra hace 2000 años, de la hora sexta a la nona. La otra vive la apoteosis de saberse cerca de su barrio, luz de la luz de la mañana del Viernes Santo, luz de los ojos de quienes la contemplan, luz de la vida borrando toda sombra de muerte, luz única que permanece encendida cuando todas las luces se apagan, luz que permite reencontrarse con toda certeza con quienes creíamos haber perdido, luz de Dios traspasando la frontera de la eternidad para derramarse sobre las penas y desalientos de este mundo.

Por un instante están frente a frente estas dos Vírgenes únicas que tienen por advocación su rostro y por rostro su advocación. Amargura y Esperanza. Todas las demás, por extraordinarias que sean, podrían intercambiar sus advocaciones. Estas dos, no. Sus rostros proclaman su advocación agotando en sus portentosas tallas todos los misterios teológicos que representan con mayor hondura y precisión de lo que puedan hacerlo las palabras: la teodicea y la escatología apocalíptica, el saber sobre el sentido del sufrimiento y el saber sobre las últimas cosas. En la mañana del Viernes Santo le dice la Esperanza a la Amargura lo que en el Cuarto Libro de Esdras le dijo el ángel al vidente: "Viendo el Altísimo que tienes entristecida el alma y que sufres con todo el corazón, te ha mostrado el esplendor de su gloria".

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