Ojo de pez

pablo / bujalance

Dilo en andalú

LA semana pasada estalló en diversos foros, más o menos virtuales, una abultada polémica después de que el presentador Pablo Motos ridiculizara al humorista malagueño Manolo Sarria al conminarle en un programa de televisión a hablar en "perfecto castellano". De inmediato saltaron a la arena los legionarios que reivindicaban, con toda la razón, la dignidad del andaluz como forma respetable de expresión. Pero, como sucede a menudo en estos casos, hay quien aprovecha para colar ciertos mensajes en medio de la indignación que no hacen honor a la verdad. De entrada, igual cabe recordar que el andaluz no es una lengua, ni un dialecto: es un habla, que en su expresión escrita se formula exactamente igual que el castellano del que deriva. Recuerdo que cuando salió Artur Mas con aquello de que a los niños andaluces no se les entiende cuando hablan hubo quien puso sobre la mesa a Juan Ramón Jiménez y a Vicente Aleixandre, y estuvo muy bien, pero hay que admitir que la escritura por la que ambos ganaron el Nobel únicamente podía darse, por más que ambos (un poner) hubiesen preferido hacerlo en un hipotético andaluz, en perfecto castellano, por cuanto el andaluz es un patrimonio exclusivo de la tradición oral. Ahora bien, ¿es merecedora esta forma de hablar de respeto? Por supuesto que sí. Y mucho.

Pero esto nos conduce a otra consideración. En lo que al respeto se trata, cabe la opción de esperar a que éste sea concedido; y, también, la de salir a ganárselo. El habla andaluza sirve para decirlo todo, lo más trivial y lo más trascendente; pero sospecho que desde Andalucía sólo se ha sabido proyectar una imagen del decir andaluz vinculada a lo facilito, lo barato, lo servil y lo pobrecito. Pienso en Canal Sur y su programación folclórica y lastimera, pero también en la situación de creadores culturales vinculados a la oralidad que en su momento se postularon a favor del andaluz como vehículo de expresión. Los artistas escénicos que optaron por hacer teatro en andaluz, de muy distintas generaciones ya, como La Zaranda, Salvador Távora, Raúl Cortés o Ramón Rivero, o no hacen teatro o lo hacen fuera de Andalucía, allí donde han encontrado un público y una resonancia para su trabajo. El nuevo cine andaluz, un sector que debería considerarse estratégico, malvive en condiciones precarias. Exactamente, ¿de qué nos enorgullecemos cuando extendemos el andaluz como si fuera un capote?

Mención aparte merece el hecho de que Manolo Sarria, persona cabal y amable, era una presa demasiado fácil. Las gallinas castellanas ponen los huevos sobre seguro.

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