La crónica económica

Joaquín Aurioles

Dinero y largo plazo

MUCHA gente no termina de entender, y por lo tanto cuestiona, que el Banco Central Europeo pueda comportarse realmente como una institución verdaderamente independiente de la situación política. En su Consejo de Gobierno figuran insignes economistas capaces de percibir y entender mejor que nadie las consecuencias de la crisis, del aumento del desempleo, del encarecimiento de las hipotecas y del aumento en el precio de la gasolina, pero que, sin embargo, consiguen mantenerse imperturbables en su cruzada contra la inflación y renunciando a intervenir en la coyuntura, por muy adversa que ésta pueda resultar. Hay que reconocer que la inflación es terrible porque significa que el dinero pierde valor y esto nos perjudica a todos debido a que se reduce nuestra capacidad adquisitiva, que se supone directamente relacionada con el bienestar.

Los que peor lo pasan son los que viven de su salario o de sus ahorros (trabajadores y pensionistas) que, salvo que disfruten de la posibilidad de indexar sus rentas a la variación de los precios, tienen que observar impasibles cómo aumenta la cantidad de dinero que deben entregar para adquirir la misma cantidad de bienes. Los más beneficiados son los propietarios de los bienes cuyos valores se mueven al ritmo que marcan los precios, por lo que todo el mundo admite que las consecuencias sociales de la inflación son profundamente injustas. Vistas así las cosas, es fácil entender que los políticos en general y muchos ciudadanos inquietos se resistan a aceptar que la inflación es sólo un problema económico o monetario, y por lo tanto limitado al ámbito de las políticas económicas, y justifiquen la interferencia de la perspectiva social y política en su conjunto, hasta el punto de cuestionar el sentido de la independencia de los bancos centrales. Así lo han entendido los gobiernos francés e italiano en los últimos tiempos, e incluso el español, que reclamó mayor sentido de la responsabilidad al presidente del BCE en sus declaraciones.

Lo que no se ha terminado de entender por parte de todos es que la preocupación del BCE no se limita al control de la inflación a secas, sino de la inflación a largo plazo. Así lo han intentado explicar sus portavoces al señalar que la inflación en la Eurozona, en torno al 4%, no responde a problemas de insuficiencia de la demanda, que podría justificar una interpretación más relajada de la política monetaria, sino a profundos ajustes en mercados internacionales que escapan al control de los gobiernos, como el precio del petróleo y de las materias primas, pero frente a los que resulta imprescindible reaccionar. Hay que recordar, además, que el espectacular recorte de tipos practicado por la Reserva Federal norteamericana en el mes de enero se justificó en el convencimiento de que la crisis sería efímera, pero reconociendo que si se equivocaban en su predicción el problema podría agravarse a medio plazo por la aparición de tensiones inflacionistas. La tozuda realidad es que el debate monetario en EEUU en estos momentos se interpreta en clave de estanflación, es decir, de estancamiento más inflación.

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