Se veía venir. Dios y César, Semana Santa y campaña electoral al mismo tiempo, iba a hacer brillar más que nunca los colmillos de políticos que, aprovechando el tirón que tiene el Cristo, tratan de arrimárselo a su sardina, a ver si por ósmosis se les pega su carisma y arañan el voto de quienes, por religiosidad o por tradición o por ambas cosas a la vez, gustan mucho de la fiesta mayor. Nada nuevo bajo el sol, ya saben, el franquismo hizo de la túnica sagrada su sayo. Y su fajín; ése que ciñe el torso de imágenes que representan a la Madre que muchas gentes de bien tienen por suya. Duro, sentir las manos huesudas que firmaron sentencias de muerte sobre los santos y la seña de nuestra ciudad. Menos mal que el sabio pueblo de Sevilla se entiende y dialoga hondamente por vía directa con sus dioses lares, desde hace milenios además, que ya en los tiempos de Roma aquí sacaban a sus Venus en procesión (que se lo digan si no a las santas Justa y Rufina). Cualquier César que desde fuera nos viera atónitas disfrutando del regreso de la Estrella por el puente, escuchando Amarguras para la Amargura por Trajano o entendiendo en el alma que mi padre se emocione con su Nazareno, pensaría que aquí pueden sacar partido (político) de la íntima espiritualidad y de las costumbres festivas de esta tierra. Nada más lejos. La manera de vivir todo esto en Sevilla y en el resto de Andalucía es más compleja y airosa, inasible en su fondo. Cuánto crispa al poder no poder, no ser capaz de meternos por su vereda.

Bien por la malagueña Congregación de Mena, que pidió a Casado, Rivera y Abascal favor de no asomar por el traslado del Cristo de la Buena Muerte, para no ideologizar el percal más de lo que ya está de por sí. Me declaro fervientemente en contra, por supuesto, de que entre la talla de la Virgen y la fe de mis mayores medien fajines de Franco y sus sicarios, mantos regalados por fascistas (cada vez que visito el templo la Virgen de la Cabeza y contemplo el manto que le mandó bordar Musolini, todos mis muertos -fidelísimos de la Morenita- se retuercen en sus tumbas), símbolos que se impongan sobre las imágenes que inspiran una honda sentimentalidad a los sevillanos. Confundir césares y dioses es propio del yihadismo salafista de hoy y de los ultraconservadores desde antes del Cristo que dejó dicho que no le pusieran por delante el símbolo del César, que su vida y obra iba por otro lado.

Mientras les escribo, la tormenta desaloja la calle Feria, la gente corre a guarecerse bajo los toldos, sirven café a las mantillas, la vida se detiene a ver llover. Contemplo a mis vecinos. Confirmado: aquí no hay un único voto, ni una sola forma de ir con Dios.

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