el poliedro

José / Ignacio Rufino

Divorcio a la europea

Diecisiete democracias en una sola área monetaria se polarizan en bloques, algo con poco futuro en tiempos críticos

UN buen amigo cree que el recorrido de su matrimonio ha llegado al límite tras muchos años. El deterioro de la convivencia con su pareja no sólo produce frustración, según cuenta: "Ella me dice que no me conoce; yo he pasado de la permanente insatisfacción a algo parecido a la repelencia. Ahora siento indiferencia, y unas ganas animales de salir corriendo de casa para no volver". "Pero, ¿te lo puedes permitir?". "Uf. No. Ahora, no". "¿Y qué piensas hacer?". "Aguantar y planificar mi huida sin anunciarla para no perjudicarme". Un clásico de nuestro tiempo: siendo verdad, como decía la canción, que cuando la pobreza entra por la puerta el amor sale por la ventana, el amor se va, pero el cuerpo se queda porque no hay más remedio. Pocos pueden permitirse hoy una separación sin percibir el tufillo podre de la pobreza, si no de la indigencia. No es una cuestión de amor, sino de renta y patrimonio, precedida de una creciente distancia entre los intereses de las partes. El desamor de las organizaciones, familiares o empresariales, fuerza la negociación. Pero llega un momento en que las diferencias y el hastío -si no el odio- son tales que la separación es inevitable. La cuestión es organizar la voladura. Hablamos de amor como podemos hablar del euro, y hasta del proyecto de una Europa común.

La historia del norte, la historia del sur. Hay un bloque de países cuyo interés en la unión monetaria es a día de hoy justo el contrario que el del otro bloque. El guión es archisabido: austeridad frente a crecimiento; acreedores frente a deudores; prósperos frente a depauperados; hormigas frente a cigarras. Como en las parejas, quizá si todo -el euro- se va a hacer gárgaras, empezaremos a valorar los intereses comunes, los recíprocos y los compatibles. Pero de momento, la impresión que da el panorama negociador es de impotencia insuperable de las partes para reciclar la relación. Si a eso le unen las elecciones de cada país, una tras otra, melones por calar, la cosa es complicada: 17 democracias para una sola moneda (por cierto, la idea de sincronizar las elecciones de todos los países miembros gana adeptos. Entre los políticos, no).

La desaparición del matrimonio de los aún juntos Srs. Del Euro viene siendo glosada en cada crisis interna, de deuda, financiera o institucional. El recurrente debate está en este momento rebrotando. Muchos alemanes, por ejemplo, quieren volver al marco. Los porcentajes de antieuristas van variando con el viento. La semana pasada el magnate inversor estadounidense George Soros recomendó a Alemania que aceptara la creación de los eurobonos o, alternativamente, abandonara el euro si persiste en no querer mitigar la crisis de deuda y el enfrentamiento actuales. Según Soros -para muchos un "inversor socialista", para muchos un tiburonazo dañino, qué más da-, Alemania no tiene derecho a evitar que los países altamente endeudados "escapen de su miseria" y se perpetúe la "subordinación de los países deudores". Para España, abandonar el euro traería muchos desastres: a pesar de poder devaluar la Nueva Peseta y con ello compensar la tiesura interna con baratas exportaciones, nuestra enorme deuda seguiría devolviéndose en euros o dólares, algo insostenible. Nos veríamos abocados a decir a los acreedores: "Lo siento, no te puedo pagar todo, a ver qué hacemos". Nuestros acreedores, en buenísima parte bancos españoles, ay, aceptarían una quita, pero habría que olvidarse de captar prestamistas. Llevaría tiempo levantar cabeza, puede que una generación. Ya separados y curtidos en la dureza de la soledad, quizá "reharíamos" nuestra vida como nación soltera. Qué pereza tan grande. Habrá que negociar y apretar los dientes y comerse el orgullo. ¿Por cuánto tiempo? Quién sabe. Nadie dijo que fuera fácil...

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