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Juan Antonio Solís

jasolis@diariodesevilla.es

Doce años ya de un abrazo de niños

Ni ganar la Eurocopa de 2008 nos quitó el miedo y nos saldó la deuda, tuvo que marcar Iniesta

RECUERDO que fue marcar Iniesta y un nudo en la garganta me entrecortó el “¡gooool!” mientras salía eyectado del asiento. Fue como si la trascendencia deportiva del momento hiciera inconcebible lo que acababa de suceder, un gol de España en el minuto 115 de la prórroga de la final de un Mundial. Fue como si, efectivamente, no fuera verdad que la selección española de fútbol nos sirviera ese gran regalo que tantas veces hemos referido con sorna: “Qué contento te veo, ni que hubiéramos ganado un Mundial...”.

Pues lo ganamos. Lo ganó la misma maldita selección que en el Mundial de Naranjito, con indecorosos favores arbitrales, enfrió la sangre caliente de aquella nueva España que anhelaba modernidad; la misma que nos impidió conciliar el sueño al perder aquella maldita tanda de penaltis con los belgas en México 86; o la que en Italia 90 sucumbió en la prórroga de octavos ante Yugoslavia; o la misma que salió de Estados Unidos 94 con la nariz rota y la camiseta teñida de sangre.

El rosario no acabó: Zubizarreta desviando la pelota hacia su portería en el 98, Al-Gandhour perpetrando ante los coreanos un arbitraje más propio de un Especial de Mortadelo y Filemón en 2002... Y Francia jodiéndonos otra vez en 2006, como en el 84.

Ese rosario de batacazos forjó los complejos de los resabiados y escarmentados españoles. Sólo los niños, con su memoria aun virgen, estaban convencidos de que Casillas se la desviaba a Robben. A los adultos se nos cayeron de golpe todos esos amargos recuerdos en esa jugada. Ni el hecho de ganar la Eurocopa dos años antes, algo que ya hicimos en el 64, nos liberó de nuestros miedos. Y quizás por eso, nada más acabar la final, me abracé en la redacción con la persona a la que más le gusta el fútbol del mundo y que además es un periodista deportivo referencial en mi vida. Y mi amigo. Quién mejor que tú, Cidi, para ese abrazo tan de niños.

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