Domènech

Sin duda, las simpatías del señor Domènech viajan, de un corazón a otro, con los libertadores catalanistas

Ya en plena labor electoral, el señor Domènech presentó el lunes un recurso de inconstitucionalidad contra la aplicación del 155. Las razones, al parecer, son varias: uso fraudulento del artículo, modificación del autogobierno catalán, ruptura del consenso del 78… A mí la que más me gusta, sin embargo, es cuando el señor Domènech afirma que, con la aplicación del 155, el PP pretende gobernar donde los votos no se lo permiten. Es decir, que el señor Domènech, por una extraña conjunción astral, ha olvidado las razones que han llevado al gobierno a una tímida aplicación del 155. Y en concreto, aquélla por la que el señor Puigdemont y sus socios querían montar una pequeña república xenófoba, sin que los votos de la oposición -y la arboladura misma de la democracia- le importaran en absoluto.

¿Por qué el señor Domènech deplora una medida que pretende restablecer el orden democrático? Uno entiende que, con este recurso, el señor Domènech aspira a recabar el voto, supuestamente progresista y absurdamente adolescente, de quienes condenan cualquier acción coercitiva, en nombre de la libertad, la democracia, etcétera. Este rechazo, sin embargo, no ha impedido al partido del señor Domènech mostrarse particularmente comprensivo con la grey golpista, y con la violencia previa y esencial que supone hurtarle sus derechos a la ciudadanía catalana. Esto implica, pues, que el señor Domènech acaso encuentre más reprensible la restitución de la ley que el designo arbitrario de una masa intolerante y hosca. Pero esto implica, en igual modo, algo que podríamos denominar el "efecto Farage" y que consiste en cobrar de aquello mismo que se desprecia o que se ignora (como ustedes sabrán, el señor Farage, olímpico adalid del Brexit, le va a reclamar una pensión a la UE, suponemos que por los servicios prestados). Sin duda, las simpatías del señor Domènech viajan, de un corazón a otro, con los libertadores catalanistas. Una responsabilidad abrumada y pluriforme, sin embargo, le obliga a remar en el varado trirreme de la democracia española.

He ahí la doble, la compleja responsabilidad del candidato Domènech: conseguir que ambos bandos, un golpismo lírico y una legalidad culpable (culpable de aplicar la ley), lleguen a un entendimiento. Dicho entendimiento tiene mucho de rendición y poco de democrático. Pero aun así, habrá que intentarlo. En el mundo ideal del señor Domènech, nacionalismo y democracia se confunden.

MÁS ARTÍCULOS DE OPINIÓN Ir a la sección Opinión »

Comentar

0 Comentarios

    Más comentarios