¡Oh, Fabio!

Luis Sánchez-Moliní

lmolini@grupojoly.com

Domingo de confusión

El desorden de este día sin cofradías fue tal que hasta se produjeron distorsiones en el espacio-tiempo

De paseo por el Botánico de Lisboa, a don Eugenio d'Ors le vino la inspiración: el barroco prospera en la confusión y la contradicción. Al maestro catalán ya lo lee muy poca gente. Manuel Gregorio González y alguno más. El público de hoy es más del ensayo regurgitado, a cucharaditas, sin oscuridades de ogro-genio. Pero lo que vio don Eugenio sigue ahí, en el Parque de María Luisa, el Salvador o las inmediaciones del Sánchez Pizjuán, cuando el Domingo de Ramos se manifiesta reventón como siempre, aunque sin pasos en la calle ni autoridades en los palcos.

Pese al confinamiento de las imágenes, la confusión y la contradicción se volvieron a adueñar de las calles, proclamando que el barroco hispalense no requiere de pasos. Es más, quizás ahora se ha comprendido que las procesiones sirven para dar un cierto orden a una jornada que, sin ellas, se convierte en pura entropía, en un big-bang vegetal sin geometría alguna. Estaban todos los elementos: las adolescentes caminando torpemente sobre tacones de vértigo recién estrenados, los capillitas serios como alguaciles con sus trajes impolutos, los escotes abisales, las colas ante los templos, los bares llenos de gentes y virus, los runners fluorescentes, los librepensadores escépticos, los iconoclastas, los terribles ateos… Pero todo estaba desordenado, patas arriba, desparramado por una ciudad que clamaba por un poco de orden y jerarquía, ese que las cofradías le dan a una jornada con más vocación de tumulto que de canon. Las cofradías en la calle, ahora se entiende, sirven para dar forma y contención a lo que sin éstas es una gran maraña carente de sentido alguno, como la vida misma o la evolución de las especies.

El desorden de este Domingo de Ramos sin cofradías fue tal que hasta se produjeron algunas distorsiones en el espacio-tiempo sevillano. Así, se vieron estampas de una Feria adelantada, aunque a la malagueña, más urbana que campamental, algo macarra y extraña: jovenzuelos cantando rumbas en una plaza de la periferia y maduras en los bares vestidas de civil, pero con flores flamencas en el pelo, como las guiris cuando se achispan. Pero la gran imagen de este Domingo de Ramos ya desvanecido fue esa inverosímil Calle del Infierno montada a destiempo. Allí, el jovial niñateo cambió los pasos por los cacharritos, el susurro procesional por el grito desenfrenado, la cornetería por el claxon y el chundachunda. Y se pudo ver, divina estampa, alguna medalla de hermandad volando por los cielos enloquecidos de Sevilla.

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