Don José Robles

Era frecuente verlo pasar por calle Águilas abajo con ese aspecto de cura de pueblo que le daba el terno oscuro

Cuentan por la Puerta de Carmona que varias señoras mayores de la feligresía, preocupadas por las ropas llamativamente viejas que vestía su párroco, solían ponerse de acuerdo para juntar entre ellas una cantidad suficiente para que aquel se comprara de una vez un traje nuevo. Y así, un año tras otro. Hasta que, hartas de que sus cariñosas regañinas al buen hombre no dieran resultado alguno sin que hubiera forma de que cambiara de una vez el gastado terno, optaron por regalarle directamente uno nuevo. De esta manera evitaban que, discretamente, modificara el destino del dinero para aliviar las penurias de los más necesitados del barrio.

Ha fallecido esta semana Don José Robles, sacerdote nacido en el Puerto de Santa María hace casi noventa años, pero que ejerció casi todo su ministerio en Sevilla, siendo párroco de San Esteban durante casi cincuenta años. Era frecuente verlo pasar por calle Águilas abajo con ese aspecto de cura de pueblo que le daban el terno oscuro y la mirada despistada, que sin embargo ocultaban una personalidad muy activa, volcada en los movimientos sociales. Fue delegado de Pastoral Social de la Diócesis de Sevilla e impulsor de la Fundación Cardenal Espínola contra el paro, pero sobre todo fue un hombre tremendamente preocupado por la realidad social de su tiempo, y por las desigualdades que esta sociedad posmoderna y consumista no deja de producir.

Yo lo traté un tiempo por indicación del notario Rafael Leña, con ocasión de un seminario que coordiné para la entidad católica Justicia y Paz sobre las reformas estatutarias, entonces en boga tras la polémica aprobación del Estatuto de Cataluña. Me recibió, recuerdo, en su vivienda de la calle adyacente a la Parroquia, y allí, en una modesta camilla con brasero, acordamos junto a los miembros de su consejo parroquial las ponencias del seminario. Me habían hablado de su bonhomía y de esa visión de la Iglesia muy pegada al Evangelio propia de tantos curas de su generación, pero yo además encontré una persona inteligente y sensible a los problemas de nuestro tiempo. Unos días después, apareció una mañana en mi despacho para entregarme, como regalo, el compendio de la doctrina social de la Iglesia editado por la BAC, que guardo como un tesoro. En la hora de su muerte, no se me ocurre mejor homenaje que buscar en sus páginas el retrato más fiel de Jesucristo que él mejor que nadie nos recordaba.

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