Don Pedro y los dineros

El empresariado procesista llora en catalán pero cobra en castellano, desplazando sus empresas a tierra infiel

Como sabemos, Azaña quedó muy arrepentido de su amnistía a don Luis Companys, cosa que se colige fácilmente de la lectura de su Velada en Benicarló, escrita un año después en Barcelona, o sea en 1937. Que Companys sea el único golpista español al que no se le retiran los monumentos, no deja de ser un pintoresco misterio que acaso clarifique una parte, sólo una parte, de la situación actual. Pero que don Pedro Sánchez o el señor Garamendi no hayan querido aprender la amarga lección de Azaña, quizá explique la porción restante: esto es, la insistencia del Gobierno en privilegiar a las clases privilegiadas de Cataluña, algo xenófobas y desleales, y la fuga de empresas desde Cataluña hacia otras partes de España.

Lo paradójico de este crepuscular entremés es que la propia burguesía secesionista, reunida el lunes en el Liceo, es quien está llevando a término sus peores temores. La descapitalización de Cataluña, el fuerte crecimiento de Madrid, los beneficios de Valencia, la decadencia de Barcelona, la propina que nos caerá al resto de las autonomías, son un notable éxito de la agitación indepe, cuya labor de dispersión se verá incrementada, si no nos equivocamos, tras los indultos. Esto quiere decir, como hemos visto, que el empresariado procesista llora en catalán pero cobra en castellano, desplazando sus empresas a tierra infiel. Pero quiere decir, principalmente, que el independentismo es una fuerza centrífuga, redistributiva a su pesar, cuyo mayor logro será, si nadie lo remedia, el de convertir una región industrial en un parque temático de payeses.

Que el Gobierno de la nación, por otra parte, insista en privilegiar a las clases y regiones más favorecidas, no es sino la expresión de una enérgica voluntad retrógrada que embarga, desde hace décadas, a la izquierda posmoderna. Lo cual debe ponerse junto al explícito menosprecio de la Cataluña no nacionalista ("menosprecio de Corte y alabanza de aldea" escribía, hace cinco siglos, fray Antonio de Guevara, consejero de Carlos V y obispo de Mondoñedo), siendo así que los aldeanos congregados en el Liceo igual consiguen lo contrario de lo que pretendían. Esto es, convertir a la Corte en la única gran ciudad de España. Y en consecuencia, rebajar Cataluña a las expectativas y ensoñaciones de los nacionalistas. En cuanto al resto de catalanes, "los colonos" que dice don Albert Donaire, el simpático mosso indepe, no parece que nadie quiera salvarlos ni indultarlos. No parece, de hecho, que entren en el concepto de Cataluña, de lo catalán, que maneja el señor Sánchez.

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