PILAR López era un ser extraordinario. Sé que suena a tópico, a lo que se dice del que ya no está. Pero es tan cierto como que todo el que la conocía la admiraba. A pesar de ser empresaria, y de que la envidia, como sabemos, abunda bastante en este país, no he conocido nunca a nadie que hablara mal de "doña Pilar". Bueno, muchos le achacaban que no era andaluza, y es verdad. Pilar López nació en San Sebastián, se crió en Madrid y, para más inri, aprobó Solfeo con el número uno de su promoción y cuatro cursos de piano. Cosas que dieron que pensar a muchos flamencos. Pero Pilar López ha sido, sin duda alguna, la persona que más ha dignificado la danza española y el flamenco de todo el siglo XX.

Como artista fue una bailarina completísima y, aunque no fuera la mejor bailaora, ahí está esa caña antológica que inauguró para el flamenco junto a Alejandro Vega, y que ha quedado en la película de Edgar Neville, Duende y misterio del flamenco. En realidad, su historia con el baile está muy ligada a la ciudad de Sevilla. Su primera actuación como profesional, antes de enrolarse en la compañía de con su hermana La Argentinita, fue en el Kursal, la popular sala situada en la Campana, desde cuyas bambalinas pudo observar el ocaso de una Malena y una Macarrona que habían sido la flor y la nata de los cafés cantantes. Y luego, cuando volvió a España con los restos mortales de su hermana en 1945 y se encerró a cal y canto sin querer saber nada de la danza, fue al regreso de una Semana Santa en Sevilla, a donde vino empujada literalmente por los bailaores José Greco (padre de Lola y de Carmen) y Manolo Vargas, cuando decidió formar su propia compañía.

Así nació el Ballet Español de Pilar López, que se presentó en el Teatro Fontalba de Madrid en 1946 y con el que, a lo largo de casi tres décadas, realizó un ingente repertorio, tanto de flamenco como de danza española.

Durante toda su vida profesional, e incluso después de su retirada de la escena, Pilar López siempre la señora de la danza. Pasó por la dictadura española sin que nadie se atreviera a quitarle el enorme cartel de Federico que tenía puesto en la puerta del Fontalba ni el nombre de Alberti cuando bailaba la suite Se equivocó la paloma.

Con todo, lo que la hizo en verdad extraordinaria fue su gran honestidad profesional y una excepcional inteligencia que hacía que, mientras las demás rechazaban a los mejores bailarines por miedo a ser eclipsadas, ella afirmaba: "Quiero que la gente que me rodee sea más joven, más guapa y mejor que yo. Eso es bueno para mis espectáculos y para mi compañía". ¡Y vaya ojo que tuvo con los bailaores! Al primer vistazo enrolaba chavales desconocidos como Mario Maya, Güito o Antonio Esteve, a quien ella bautizó como Antonio Gades. Incluso Manolo Caracol estuvo seis meses a sus órdenes sin un renuncio. Todos éstos, a los que trataba siempre de usted, aprendieron de ella el amor por la música, la disciplina, la puntualidad, el cuidado de la ropa de escena y esa intuición coreográfica que la hacía mover a los grupos sin divismos de ningún tipo. Gades repitió hasta su muerte que Pilar López le había enseñado lo más importante que poseía: "la ética del baile". Hoy todos los que amamos la danza nos sentimos un poco más solos. Doña Pilar nos ha abandonado aunque su magisterio y su ejemplo no morirán jamás.

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