Entre el nutrido capítulo de cuitas con el que embocamos el duro panorama que se nos viene encima la sombra de la sequía conlleva un título sobrecogedor. Dramático a más no poder, eso de que Doñana se muere de sed supera toda esa sarta de malos augurios como trompetería anunciando que el otoño ha venido y todos sabemos cómo ha sido. Y ahora, la nefanda clase política que maneja nuestros hilos de pobres polichinelas ni siquiera pide disculpas por haber mirado hacia otra parte respecto al plan hidráulico que hubiese arreglado la situación. Doñana se muere de sed es para tentarse la ropa y encomendarse al santoral en pleno tras haber fiado todo a la Madre Naturaleza con sus acuíferos y su canesú. Han tirado y siguen tirando el dinero en pagar a esa tropa de inútiles que nos manejan, el agua tal como caía se iba al mar y Doñana se muere de sed. Qué plan.