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Dulces de las clausuras

Esas hermanas no son pasteleras, sino mujeres con una fe bien probada, quizá más coherente y profunda

Una de las citas básicas del puente de la Inmaculada en Sevilla es la exposición de los dulces de conventos de clausura en el Alcázar. Se celebra desde hace 35 años y se ha consolidado como un evento que atrae a sevillanos y turistas, muchos de los cuales no saben que los pueden adquirir durante el resto del año en los tornos de esos conventos. Este año participan 19, aunque en la provincia de Sevilla todavía existen 35 conventos de clausura con 523 monjas. Un verdadero milagro de Dios. A veces se comenta que entre las monjas de clausura hay un creciente porcentaje de extranjeras. ¿Y qué? También las extranjeras son hijas de Dios y buscan su refugio.

Sevilla es una potencia mundial en conventos de clausura. En los últimos años se nota más interés por ayudarlas. Yo creo que hubo un zamarreón, como se suele decir, cuando se publicó Sevilla oculta, el libro sobre los conventos de Enrique Valdivieso y Alfredo José Morales, con fotos de los Arenas. Una edición muy cuidada de José Sánchez Dubé, que fue dedicada a José María Benjumea Fernández de Angulo. Todos ellos se esforzaron por Sevilla y su patrimonio artístico cuando no estaba de moda, cuando había que ir contra corriente de lo que llamaban el progreso.

Después la Sevilla conventual ha sido ensalzada por especialistas, como Ismael Yebra, por ejemplo. En los dulces de los conventos no se puede olvidar la gran labor que hizo María Luisa Fraga, al frente del grupo de señoras que trabajaban como voluntarias para ayudar a las monjas. Y, por supuesto, la difusión que le dio en Abc, en sus orígenes, la periodista Gloria Gamito, que es quien mejor ha sabido contarnos las estrellas de los dulces de las monjas; estrellas que no son de Michelin, sino de Oriente, como la que iluminó a los Reyes Magos. Hoy tenemos muchos entendidos y muchos dulces. Entre los más populares siguen las yemas de San Leandro, los membrillos y mermeladas de Santa Paula, los roscos y bollitos de Santa Inés, los pestiños de Santa Ana y las kirchetas de las jerónimas de Constantina.

En las hermandades también ayudan a los conventos. Quienes hemos tenido la suerte de conocer a algunas de esas hermanas de clausura sabemos que no son pasteleras, sino mujeres con una fe bien probada, quizá más coherente y profunda, hasta el extremo de que algunos las tomen por locas. Pero no lo están, sino que el amor de Dios impulsa sus vidas, y las lleva a levantarse cada día y rezar, sabiendo que no pierden el tiempo, sino que ganan la eternidad. Quizá sus dulces reflejan el brillo de ese amor que otros no entienden.

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