EN TRÁNSITO

Eduardo Jordá

Dylan, alias Dylan

DE la primera versión de A hard rain's gonna fall a la que ha hecho Dylan para la Expo de Zaragoza han pasado 45 años. La canción no ha envejecido nada, al contrario. Pero lo más sorprendente de todo es que la versión actual -más lenta, más cascada y más desesperada- es mucho mejor que la primera. Y la ha hecho este hombre de 67 años que ayer actuó en Jerez. Ni Mozart ni Charlie Parker pudieron hacerse viejos. Su vida creativa duró veinte años. La de Bob Dylan pronto alcanzará el medio siglo. Su primer álbum, Bob Dylan, es de 1961. Se dice pronto, 1961. Sobre todo si tenemos en cuenta que Bob Dylan no ha parado en todo este tiempo. Este mismo año ha tocado en sitios tan raros como Andorra y Lorca, y si nada se lo impide, seguirá tocando durante todo el verano en lugares como Elizabeth, Indiana, o Aspen, Colorado. También he visto que actúa en un sitio llamado Temecula. No me pregunten dónde está Temecula.

Dicen que Frank Sinatra era un maletín lleno de peluquines y Orson Welles una voz retumbante que pedía en francés vino rouge. ¿Y Dylan, quién es Dylan? Una vez coincidí, tras un concierto de Van Morrison, con un músico muy joven que acababa de tocar el órgano Hammond en una gira americana de Bob Dylan. Cuando me lo dijeron, no pude contener la curiosidad. "¿Qué tal Dylan?", le pregunté. El chico levantó la vista del suelo y me miró un segundo con los ojos entrecerrados. No parecía entender muy bien la pregunta. "¿Qué tal Dylan?", insistí. Me miró como si acabara de pedirle un millón de dólares. Y entonces sacudió la cabeza y se encogió de hombros. "Bueno, Dylan es Dylan", dijo casi sin abrir la boca. Y ahí terminó todo.

Ni las biografías de Dylan ni sus canciones ni los testimonios de los que han convivido con él nos aclararán nunca el misterio. Como Homero, como Shakespeare, como Emily Brontë, como John Ford, Bob Dylan será siempre un enigma. Su música es tan grande, tan poderosa, tan vasta como América, y el hombre que hay detrás, el ser humano que la ha creado, es una mota de polvo perdida en una vía de tren. Por mucho que lo busquemos, nunca daremos con él. Si miramos las últimas fotos de Dylan, podemos imaginar que ese hombre es cualquier cosa. Un rabino que se ha vuelto loco en Las Vegas. Un predicador que ha asesinado a una familia entera en una granja de Arkansas. El dueño de una empresa de pompas fúnebres que todavía sueña, a sus 67 años, con llegar a ser Elvis Presley. O un imitador de Bob Dylan que vive en un asilo de ancianos. Y podríamos encontrar cientos de posibilidades más, todas verosímiles y todas equivocadas. Porque Bob Dylan, como el judío errante de la leyenda medieval, ha vivido tantas vidas que ya no le caben en una sola vida. Y ahora ya es sólo música, la mejor música de nuestra época.

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