Ernest Hemingway sabía de toros lo mismo que un servidor de física cuántica, pero lo bordaba narrando lo que veía y tenemos que recordar cómo contó aquel verano del 59 sobre el duelo que en las plazas dirimieron Luis Miguel y Ordóñez. Ahí parió el estupendo Verano sangriento, una recopilación de las crónicas casi de guerra que don Ernesto escribía para Life. Y en este verano de tanta sangre derramada en la arena echamos de menos al autor de El viejo y el mar como narrador de cuanto está deparando la temporada taurina. Demasiados toreros al hule y un tsunami económico con la decisión del que se había convertido en locomotora de la Fiesta de cortar la temporada. Con la ausencia de Roca Rey hasta el próximo curso, la temporada ha perdido pulso, las taquillas, ay Bilbao, son famélicas y los partes facultativos proliferan de forma alarmante.
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