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DERBI Sánchez Martínez, árbitro del Betis-Sevilla

La tribuna económica

Gumersindo / Ruiz

Economía de crisis

TERMINABA de leer el libro de Nouriel Roubini titulado Economía de crisis cuando se sucedieron los acontecimientos en Hungría. A mucha gente le ha interesado el pensamiento de Roubini porque ha sido el economista capaz de ver la crisis en toda su magnitud. Es verdad que si se repasan, por ejemplo, las tribunas económicas de este periódico de hace cuatro o cinco años, se pueden encontrar referencias a las burbujas y al exceso de endeudamiento, pero sólo Roubini expuso con toda precisión, y en foros internacionales, las repercusiones de la deuda inmobiliaria y otras sobre los balances de las entidades financieras y la posibilidad de una crisis del sistema financiero internacional. El pensamiento de este economista consiste en seguir hasta las últimas consecuencias la evolución negativa de los problemas que observa, y descartar que puedan solucionarse solos, por el mercado, o con medidas que no abordan las causas inmediatas que los originaron.

El caso de Hungría es un episodio más de la crisis. Sus cifras reflejan las circunstancias de un país con fuerte crecimiento y desarrollo inmobiliario, endeudamiento, creación de empleo e inversiones extranjeras, que caen bruscamente. El déficit público del país no es excesivo, no llega al 5%, y está sujeto a un fuerte control para acceder a préstamos del Fondo Monetario Internacional; además, exporta más que importa por lo que no tiene dificultades con la balanza de pagos, pero el problema para un país que está en la Unión Europea y no en el euro, es que el mismo esfuerzo en devolver su deuda, nominada en divisas fuertes (euro, dólar), hace caer su moneda, que cada vez vale menos, y empeora el problema de la deuda. Al estar esta deuda en los bancos austriacos, alemanes e italianos, y en menor medida en los bancos belgas y franceses, su pérdida de valor afecta al sistema financiero, que no acaba de levantar cabeza, y añade más inestabilidad a la economía europea. Lo sucedido es una combinación de la hipersensibilidad de los mercados financieros ante las dificultades de cualquier país, y la irresponsabilidad del nuevo Gobierno de centroderecha, que ganó las elecciones el pasado abril, y se comprometió a hacer cosas como crear empleo y arreglar la economía local que ahora no puede cumplir.

El nuevo Gobierno creía que iba a causar un efecto positivo sobre los mercados sólo por presentar un programa conservador de reformas; al no ser así, trata de justificarse y echar las culpas al anterior, presentando una mala situación de la economía, con lo que sólo ha conseguido provocar primero desconfianza y luego pánico. Dos ideas saco de esta experiencia. Una, que la oposición debe forzar a los gobiernos a ser más exigentes consigo mismos, a definir objetivos, valorar resultados e impulsar el progreso de la sociedad y la economía; pero no es bueno jugar a la confusión y al desastre, porque puede volverse contra uno mismo. La segunda idea es que, como nos enseña Roubini, la crisis económica obliga a plantear una economía de crisis, que exige una difícil combinación de medidas sólo para sobrevivir y otras para el futuro, y en la que muchas de las recetas que machaconamente oímos cada día tienen poca utilidad.

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