La ciudad y los días

Carlos Colón

Ecos de ternura

ECOS de ternura. San Juan de Palma, pasan las dos de la mañana. Tras quitarse el capirote un nazareno aparta el banco que lo separa de los hermanos que ven entrar la cofradía en traje de calle y se funde con su mujer en un abrazo de sollozos sofocados. Nadie podía verlo, pero eran tres los que se abrazaban. Esperando a mi hijo, nazareno del Desprecio, me encontré con el dueño de la semillería que aromaba de especias la escalera de mármol y azulejos de la casa de mis abuelos; nos abrazamos, hablamos, recordamos; y se iluminaron los escaparates de Los Lobitos y de Casa Sosa, se encendieron mis ventanas apagadas de Regina, volvió Pablo a su quiosco, Montaño a su calentería y Manuela al puestecillo de la esquina de la cuchillería, mientras repicaban las campanas del final de su marcha y entraba la Amargura en San Juan de la Palma.

Ecos de ternura. Descreimiento, duda, coherencia… Póngasele el nombre que se quiera a las razones por las que el joven decidió no vestir el Lunes Santo la túnica blanca que los suyos vestían porque eran... ¿cristianos?: eso sólo ellos y Dios lo saben, y a nadie más le importa. Porque eran del barrio de San Gonzalo, gente honrada de la Hispano Aviación de la que salió el "Saeta" el mismo año de 1955 en que la Virgen de la Salud salía por vez primera. El padre respetó su decisión. Pero le pidió que le acompañara a la casa de la abuela, fallecida pocos meses antes. Todo estaba como cuando ella vivía. Lo llevó al dormitorio, abrió el armario y le enseñó una túnica blanca perfectamente planchada. "Tu abuela -le dijo- se levantó de la cama, en sus últimos días, para lavarla y plancharla". Este Lunes Santo, entre los más de 1.800 nazarenos, iba esa túnica que ya nunca dejará de vestir un nazareno al que su abuela dejó cogido a Dios con los mismos alfileres con los que, al colgarla en su armario, sujetó la cola a la túnica después de plancharla.

Ecos de ternura. Mañana sale por primera vez en las Cigarreras -varita, antifaz recogido- Miguel Avilés, bisnieto de aquel Avilés que junto a Verdú fue alma y cuerpo, memoria y vida, corazón y manos de aquella modesta hermandad de mi infancia que salía de la Fábrica de Tabacos con tan pocos nazarenos que se fundían las músicas de los pasos del Señor azotado por sayones a la turca y de una Virgen tan modesta en su hermosura que hasta estrellas de la corona le faltaban. Mañana estrena su primera túnica cigarrera un bisnieto de Avilés. ¿Lo sabrán quienes tanto deben a ese apellido? No lo sé. La que lo tiene que saber -ésa que va bajo palio de Ojeda y junto a la que está su bisabuelo- lo sabe.

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