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La crónica económica

Gumersindo Ruiz

Educación y enseñanza

AUNQUE es algo sabido, la certeza de que el sistema educativo tiene serias carencias no deja de provocar reacciones. La semana pasada conocíamos los datos del llamado Informe PISA, que encuesta a estudiantes de quince años de diversos países, analizando también diez regiones españolas. Andalucía se encuentra en el último lugar de estas regiones, y España en la media de los países participantes.

Las pruebas de ciencia, comprensión de la lectura y matemáticas muestran un porcentaje muy pobre de alumnos excelentes. Como explicación principal de estos resultados se dan factores sociales, económicos y culturales relacionados con el nivel general de estudios y las circunstancias del entorno familiar. Concretamente, en Andalucía se ha achacado a una carencia secular de formación que sólo se puede ir resolviendo en muchos años.

De dos formas podemos abordar este problema; una desde la importancia socioeconómica del mismo; y otra viendo qué enfoques ayudarían a mejorar la situación. Cuando hablamos de producir, la educación forma parte, junto con la tecnología, de una aportación incorporada al trabajo y al capital, que tiene como resultado crecimiento y productividad. Aunque es difícil de valorar y cuantificar esa aportación de la educación, no hay duda de que las sociedades y economías con niveles formativos y técnicos altos presentan, en general, mejores indicadores socioeconómicos, de aquí la importancia que tiene la educación en la economía. Por otra parte, en la mejora educativa intervienen elementos sociales como la importancia del esfuerzo personal, el valor que dan las familias al sistema educativo y a los profesores, o la vinculación con la empresa mediante un sistema de retribución que de alguna manera se corresponda con el esfuerzo educativo para que éste no resulte frustrante.

El sistema educativo en sí no tiene muchos secretos, consiste en escuchar, atender, y absorber conocimientos, aunque esto no deja de ser algo superficial y poco motivador. Más significativo es enseñar a pensar, a desarrollar la capacidad de observar, investigar, analizar, y hacer de la enseñanza un proyecto personal y propio. Y, por último, provocar la reflexión, tomar conciencia profunda del conocimiento, de sus valores en un contexto personal y social, y dirigirlos hacia la acción o aplicación. El planteamiento anterior es del Dalai Lama, quien últimamente lleva su pensamiento hacia cuestiones sociales más terrenas; mucho más cercano a nosotros está el rondeño Francisco Giner de los Ríos, cuyos ensayos han sido reeditados en la colección Clásicos andaluces, y que veía, hace ya muchos años, la educación y la enseñanza como una combinación de espontaneidad y esfuerzo, de descubrimiento individual y participación en una tarea colectiva.

Cada cual destacará aspectos, presentará soluciones y señalará culpas, pero sin la implicación social y familiar las políticas públicas no resultarán efectivas. En las encuestas sobre preocupaciones de los ciudadanos la educación como tal no aparece como un problema, habrá pues que hacer algo para que al menos haya conciencia de que sí lo es, tomando la iniciativa el poder político para mover a la sociedad y a las familias.

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