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Opinión

Diego López Garrido Ex Secretario De Estado Para La UE

Egipto y la levedad de a shton

NUNCA me había sentido avergonzado por la política exterior de la Unión Europea. Hasta hoy. Cuando escribo estas palabras, 24 horas después de la enorme masacre cometida por el Ejército egipcio y del decreto de Estado de excepción que permite a los militares hacer lo que les parezca, la UE no ha sido capaz de hacer una condena concreta, limitándose Ashton a hacer una abstracta a lo que llama "la violencia que ha surgido (erupted) en Egipto". Como si hubiera caído del cielo.

Arrastrando los pies, han ido, por fin, condenando la espantosa matanza, cada uno a su manera, Alemania, Francia, el Reino Unido, y otros países. Obama lo ha hecho en términos muy fuertes y directos contra sus responsables, anunciando la suspensión de maniobras militares conjuntas porque las relaciones entre dos naciones no pueden seguir como si tal cosa "cuando hay gente muriendo en las calles".

La UE, a través de un portavoz, ha hecho equilibrios semánticos para evitar condenar directamente el acto de represión más odiosa y salvaje que recuerdo desde hace mucho tiempo. Cada minuto que pasó desde la entrada a sangre y fuego en los indefensos campamentos de los Hermanos Musulmanes estuve esperando que Ashton, o alguien de su equipo, dijera algo simplemente sensato y de sentido común: que Europa, la madre de los derechos humanos, no puede aceptar una atrocidad como la perpetrada impunemente, abusando de su superioridad manifiesta, por los golpistas de Egipto.

Hablo, sí, de golpistas. Porque aquí radica el origen de la posición vergonzantemente equidistante que la política exterior europea mantiene sobre una crisis que se encamina a grandes pasos a la guerra civil entre las dos fuerzas fácticas de Egipto, el Ejército y los Hermanos Musulmanes. Hay un pecado del mundo occidental que arranca de la insurrección contra Mursi realizada por un Ejército que es en realidad un Estado dentro del Estado, con sus intereses económicos y de poder. Incomprensiblemente, EEUU y los países europeos, entre ellos España, decidieron una estrategia que era aparentemente equilibrada, pero que tácitamente significaba aceptar la destitución por la fuerza del primer gobernante elegido democráticamente en Egipto. Incomprensiblemente también, personajes de impecable trayectoria como El Baradei, entraron en un Gobierno en el que estaba claro que no mandaría ni su presidente ni el pueblo, sino Abdel al Sisi, jefe del Estado Mayor y ministro de Defensa.

Recuerdo el tuit que escribí entonces: los golpes de Estado no conducen a nada bueno. Cuando las democracias no condenan los golpes que derriban las constituciones, esas democracias mancillan sus propios ideales y pierden toda fuerza moral para oponerse a otras intervenciones militares destructoras del Estado de Derecho.

En la política hay una cosa muy difícil de lograr: rectificar. La rectificación no forma parte normalmente de la práctica política porque se considera que debilita al que rectifica. Nadie acepta haberse equivocado en una decisión estratégica porque piensa que inmediatamente vendrá el adversario a recriminar y a restregarlo por la cara. No obstante, éstas son las ocasiones en que no sólo es necesario sino imprescindible la rectificación. La UE tiene que condenar expresamente la matanza de miles de personas inermes ante los fusiles. Pero también debe admitir su error al no oponerse y mirar para otro lado ante el golpe militar del que proviene esa masacre.

De momento, la UE ha perdido buena parte de su legitimidad para hablar con voz propia y energía en la ya herida de muerte Primavera Árabe. Y lady Ashton ha puesto un lamentable final a un mandato que no se caracterizó por la iniciativa política ni por los deseos de hacer de la UE un verdadero actor global en la escena internacional. Un actor cuya identidad genuina no puede ni debe ser otra que la defensa de los derechos humanos, brutalmente violados en El Cairo. Si esto no lo hace Europa, ¿quién si no?

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