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Joaquín Pérez Azaústre

Elecciones francesas

SEGUIR las elecciones generales francesas es asistir a un curso acelerado de ciudadanía. Es la primera diferencia sustancial que puede aparecer: la gran conciencia ciudadana del francés, frente al decaimiento general, el desencanto y la apatía de buena parte de la población española. Sólo con seguir los espacios electorales antes de la segunda vuelta, y asistir con una cierta atención no únicamente a los discursos -y a las estéticas- de los candidatos principales, François Hollande y Nicolas Sarkozy, sino también a los líderes de los demás partidos, es entrar en un escenario distinto, en el que el discurso de Estado se sitúa, desde el principio -cada uno con sus recursos, su ideología, su táctica y su estrategia-, por encima del discurso de partido. Esto ya supone una distancia con respecto a lo que vemos por aquí, pero también hay más: la sensación de que se está hablando a un electorado que tiene una cierta solvencia, que está por encima de las proclamas más o menos forofas y al que no le basta con ese mero eslogan partidista.

En España, cuando escuchamos a nuestros líderes políticos, no da la sensación de que el discurso trate de convencernos, sino que va dirigido, de antemano, a los ya convencidos. Si en un espacio electoral o en una rueda de prensa solamente se sueltan titulares, sólo es posible la aceptación o el rechazo, sin margen para el convencimiento.

Cuidado con Marine Le Pen: su discurso está bien articulado, sabe bien qué dice y a quién. Y busca convencer, no escuchar su propio eco en el extremismo de siempre.

En el territorio progresista francés ha prevalecido Hollande, pero había más: qué decir de Jean-Luc Mélenchon, con una retórica directa que apela a la emoción cívica, citando a Antonio Machado y a Louis Aragon en los mítines, llamando al coraje individual, sí, pero también a la honradez igualmente interior, a la responsabilidad ciudadana y consciente. Escucharlo en directo es creer que otro mundo es posible, y que en las generaciones anteriores al 15-M todavía hay gente notable que se mantiene al filo de la idea, que no se ha echado a perder, que no se ha anquilosado todavía. Tampoco esta mal Eva Joly, la candidata ecologista -sale con unas gafas esféricas, de montura verde fluorescente-, con la naturaleza como único proyecto de futuro global, con un discurso hilado no sólo en la teoría, sino en el convencimiento de poder llevarse a cabo.

Cuando escribo la columna, no se sabe aún el resultado. Lo que sí se sabe es que el índice de participación ronda el 81%. Muy alto: deber y orgullo cívico francés. Nos quejamos de los políticos que tenemos -con razón, a veces-, pero quizá tendríamos ya que olvidar el huevo y la gallina y empezar a preguntarnos, de una vez, qué tipo de ciudadanos somos.

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