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La ciudad y los días

Carlos Colón

ccolon@grupojoly.com

Elogio de lo común

Hoy se reanuda el despacioso fluir de los días iguales que tarde tras tarde irán ganando terreno a la noche

Prefiero la cotidianidad a la fiesta, lo común a lo excepcional, la rutina a la novedad, el manso fluir de los días iguales a las fechas señaladas, el apartamiento a la multitud, el silencio al ruido. Lo más cotidiano y común, tenido por muchos como algo vulgar y aburrido, me ha parecido siempre lo más hermoso y extraordinario, lo más sorprendente y asombroso, lo más hondo y conmovedor. Los creadores que más admiro y quiero, los que siento más próximos a mi corazón, esos en cuyos libros, músicas, cuadros o películas me reconozco con un sentimiento de hermandad, son aquellos que han sabido desentrañar y expresar con difícil y trabajada naturalidad la belleza de lo común, la grandeza de lo pequeño, la emocionante sencillez de lo sublime, la sublimidad de lo sencillo, la excepcionalidad de los seres y de los objetos comunes. Zurbarán y Chardin, Conrad y Dickens, Ford y Fellini, Proust y Bashevis Singer, Bach y Gershwin, Ozu y Chaplin, Marylinne Robinson y Svetlana Aleksiévich, Rembrandt y Philippe de Champaigne… Y tantos otros, afortunadamente.

Hoy se reanuda el despacioso fluir de los días iguales,que, en este enero, son los más prometedores para quienes amamos -más bien necesitamos- la luz que tarde tras tarde irá ganando terreno a la noche. Cuando nos vamos haciendo viejos, las fiestas o lo excepcional nos hacen tomar conciencia de la vertiginosa y creciente rapidez del paso del tiempo, como los postes, pueblos, montes y montañas nos hacen tomarla de la velocidad del tren que parece no moverse cuando tras las ventanillas se extienden ilimitadas llanuras.

¿Aburrido? El aburrimiento es un lujo que da para mucho. Eso que los latinos llamaban otium, que no es pérdida de tiempo sino ganancia en el disfrute y contemplación de lo inútil necesario. Para quien sepa o pueda vivirlos así, ningún día es del todo igual a otro. Lentitud: sólo se aprecian los detalles cuando nos paramos. Entonces, las realidades ante las que pasamos sin verlas y las cosas de las que nos servimos sin apreciarlas se nos muestran como si fueran obras de arte. Piensen en la asombrosa belleza de los modestos objetos de basta cerámica o en los panes pintados por Zurbarán, en la lectora de Vermeer, en el filósofo leyendo o el viejo rabino de Rembrandt, en el jilguero de Carel Fabritius. Quietud, lentitud, silencio y un poquito de fecundo aburrimiento deseo que les hayan traído los Reyes.

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