Sine díe

Ismael / Yebra

Elogio de la cordura

NO pensaría Erasmo que seríamos tantos los que le sacaríamos partido al título de su obra más conocida. Y eso que fue mal traducido porque él no se refería a la locura, sino a la estulticia, a la imbecilidad. En los tiempos que vivimos pienso que nada es tan necesario como la cordura, el equilibrio, la sensatez. Con toda seguridad y sobre todo los que tenemos responsabilidades paternas y educadoras, actualmente es mucho más difícil mantener la mente en su sitio que en tiempos de Erasmo. En aquella época había dificultades para conservar la cabeza intacta en el sentido puramente físico; a la menor disidencia te perseguían los inquisidores y la cabeza no es que se perdiera, sino que literalmente rodaba por los suelos. Ahora no te decapitan, pero te hacen perderla. La desorientación y la manipulación son signo de los tiempos. Como le oí decir a un viejo actor disidente, durante la dictadura la censura te quitaba el micrófono; ahora te lo dejan, pero le anulan el volumen.

Es tal la cantidad de información que se recibe cada día que pocos serán capaces de asimilarla. Aún resulta más complicado en el caso de los jóvenes. Los que conocen las técnicas de control de masas y buscan el adoctrinamiento informativo saben perfectamente que la mejor manera de manejar los estados de opinión es asediando las mentes volubles con gran número de mensajes. No hace falta que todos vayan en la misma dirección. Su éxito busca un primer objetivo: la confusión.

Nos ha tocado vivir una época en la que nos llega una cantidad enorme de información a lo largo del día. Un ciudadano medio, y digo medio en todos los sentidos, se ve desbordado. Son muchos los que creen saber mucho de muchas cosas, por el simple hecho de leer los suplementos dominicales de los diarios y asistir impávidos a las tertulias radiofónicas o televisivas. Todo ello está bien si se acompaña del discernimiento y de la sensatez, cosa nada fácil.

Con el tiempo he llegado a la conclusión de que personas verdaderamente inteligentes hay pocas. Lo digo en el sentido auténtico de la palabra, cosa que no es lo mismo que ser un listillo. Los que van por la vida de inteligentes no suelen ser más que simples espabilados. A éstos en Cádiz, magistralmente, les llaman enteraos. Y aunque suele irles bien en la vida, no me interesan. Prefiero personas pausadas y con calma, cultivadoras de un bien escaso: la sensatez.

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