La ciudad y los días

carlos / colón

Elogio de los días iguales

EL cambio de hora trajo los días cortos y la oscuridad larga. Los difuntos trajeron el frío que tan bien conocen. Después llegaron los días grises de llovizna. La tetera empezó a silbar en la cocina y, a su señal, la lámpara de pie se encendió sola, la ropa de la camilla voló por los aires para cubrir la mesa hasta entonces desnuda, la pesada y anticuada butaca, apartada desde hacía meses porque con sus brazos altos y sus orejeras dada calor sólo verla, avanzó trabajosamente sobre sus deslucidas cuatro patas hasta situarse junto a la camilla. Entonces los libros de Conan Doyle, Stevenson, Agatha Christie, Wilkie Collins, Julio Verne, M. R. James, P. C. Wren, Walter Scott y, por supuesto, Dickens empezaron a agitarse en sus estanterías. Algunos incluso se dejaron caer y se abrieron muy despacio, invitantemente. Esa misma mañana, al entrar en la librería, me asaltaron y se me colgaron del brazo, pidiendo impertinentemente venirse a casa, la anciana detective aficionada Amelia Butterworth y los Forsyte en pleno: previendo que las noches se alargaban y los fríos venían se habían encaramado en los estantes de novedades El misterio de Gramercy Park de Anne Katherine Green (dÉpoca) y La saga de los Forsyte de John Galsworthy (Reino de Cordelia).

Se adivina el invierno y no soy joven. No hay tiempo que perder. "Envejecer es retirarse gradualmente del mundo de las apariencias", escribió Goethe. Puedo asegurar que es cierto. Y placentero. Libros nuevos, fragantes de olor a papel recién impreso como si fueran tersos manuales escolares a principio de curso; pero de autores probados. Y libros antiguos, queridos, releídos, de páginas amarillentas que huelen a colonia añeja de Gal y a otoño. No hay que correr riesgos: Vita brevis, ars longa.

El viento mueve las hojas del naranjo que veo desde mi ventana. El nublado abrevia la luz de la tarde de noviembre. En el silencio se crece el tic-tac del viejo reloj que ha marcado tantas últimas horas. Bendita rutina. Hago mías las palabras de Unamuno: "¡Felices aquellos cuyos días son todos iguales! Han vencido al tiempo; viven sobre él y no sujetos a él. No hay para ellos más que las diferencias del alba, la mañana, el mediodía, la tarde y la noche; la primavera, el estío, el otoño y el invierno. Se acuestan tranquilos esperando al nuevo día y se levantan alegres a vivirlo. Vuelven todos los días a vivir el mismo día". Así sea.

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