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La ciudad y los días

Carlos Colón

Embusteras y bailarinas

LAS losas rotas de la Encarnación, recién puestas, han sido víctimas de la lluvia? ¿Las losetillas de las aceras de Alemanes y García de Vinuesa, herencia del PA, que bailan y escupen agua como almejas negras desde que las pusieron, han sido víctimas de los recientes chaparrones? ¿El acerado de la Cruz del Campo, roto así que terminado, ha sido devastado por los aguaceros? Y lo mismo se podría decir, como escriben nuestros lectores, de tantas calles de la ciudad desde Sevilla Este a San Julián, desde Los Remedios a la Macarena o Nervión, pasando por el centro mal pavimentado con losas pekenikes -embusteras y bailarinas- en el que los viejos adoquines que han sobrevivido aguantan mejor que los horrendos pavimentos recién puestos y ya quebrados, hundidos o desajustados. La subida de las denuncias en un 600% ha obligado a crear cuadrillas de urgencia, una especie de Equipo A repara losetas y tapa boquetes.

No es cierto, como ha dicho el Ayunta-Miento, que estas incidencias estén causadas únicamente por las lluvias o el tránsito de vehículos pesados. Rotas estaban las losas y hundidos o mal ajustados los pavimentos antes de que lloviera y en muchas zonas en las que no hay tránsito de vehículos ni pesados ni ligeros (salvo que se consideren tales los cochecitos de bebés, carritos de la compra o sillas de minusválidos). Su causa primera es la prisa chapucera. Al igual que la ciudad de las personas está configurando la más impersonal que hayamos conocido, la ciudad sostenible es la más insostenible que he vivido en medio siglo de padecimientos hispalenses.

Pasen por las calles adoquinadas y verán que la "naturaleza arcillosa del suelo de la ciudad de Sevilla", que se alega como causa de estos desastres, no causa roturas ni hundimientos. Pasen por cualquiera de los pavimentos de la etapa andalucista y sobre todo de la actual edad oscura socialista, y verán unas rotas, otras hundidas, aquellas bailando y éstas convertidas (como sucede en Santa María la Blanca o San Bernardo) en peligrosas pistas de patinaje. Vean las farolas alzarse en medio de los mal trazados y peor terminados carriles bici. Dentro de poco observen tostarse -como el grano de café vestido de carioca del anuncio de Cafés La Estrella, que cantaba aquello de "¡Vamos chicos, al tostadero!"- a los desdichados que esperan los autobuses frente al ambulatorio de María Auxiliadora, condenados cual San Lorenzo a asarse en una franja de tierra de nadie privada de mampara, entre la calzada y el carril bici. ¿Las lluvias? ¿Las arcillas? No. Esta catástrofe, como los huracanes, tiene nombres propios.

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