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Carlos Navarro Antolín

cnavarro@diariodesevilla.es

Emilio Gómez, dichosa la rama

Era el perfecto ejemplo de la alianza entre la cultura y la fe, el investigador riguroso y fuente de orgullo para su familia y vecinos

Emilio Gómez González

Emilio Gómez González / M. G. (Sevilla)

Tuve la suerte de tratar muchísimo de niño a Emilio Gómez González (1968-2023), el investigador y catedrático de la Universidad que nos ha dejado prematuramente. De adultos nos quedó eso tan hermoso de encontramos el día de salida de la cofradía común: Los Estudiantes, la hermandad de la Universidad o, simplemente, la Buena Muerte, que en la forma de llamar a la cofradía se calculan los años de quien la nombra, el grado de arraigo en la hermandad y otras bonitas circunstancias. Siempre nos quedó ese abrazo en las interminables galerías de la vieja Fábrica de Tabacos, cruces apiladas, guiones universitarios, el rezo del Rosario por megafonía a cargo de Juan del Río, la algarabía de los monaguillos, las viejas túnicas de las primeras parejas de penitentes...

Emilio Gómez González era el perfecto ejemplo de la alianza de la cultura y la fe. Fue un niño responsable, alegre, el único varón de los cinco hijos de don Emilio Gómez Piñol, el brillante catedrático de Historia del Arte que a tantos nos enseñó a conocer autorías y detalles de las imágenes de la Semana Santa, uno de los asesores, por ejemplo, de la última gran restauración del Gran Poder, el gran estudioso del templo del Salvador, un libro abierto de sabiduría y sencillez al servicio de sus amigos, discípulos y, por supuesto, de tantas instituciones que han necesitado su valioso criterio. A su hijo Emilio Gómez González lo seguimos siempre en las entrevistas que periódicamente le han hecho en la prensa andaluza. En todas ellas se notaba siempre esa escuela que enseña a no buscar el protagonismo, pero tampoco a rechazarlo si se trata de hablar de cosas sustanciales, de la aportación que se hace a la sociedad como investigador, de difundir aquello que merece ser conocido. Muchos andaluces como el profesor Gómez González deberían ocupar más las tribunas de opinión, las entrevistas y los debates en los medios.

La muerte lo ha alcanzado joven, muy joven, en este enero triste y frío. Lean el obituario que su amigo del alma, Ignacio Díaz Pérez, firmó en su blog a las pocas horas de su muerte. Ningunos padres deberían enterrar a sus hijos, ver secarse la rama dichosa que del tronco salió, pero la realidad te hace estrellarte de bruces contra la peor pesadilla. Hoy prefiero acordarme del investigador Gómez González junto a sus padres una tarde de Semana Santa en ese palco de la primera fila en la curva del Banco de España. Recordarlo trabajando para los hospitales y los cuerpos de Seguridad del Estado, sacando nuevas patentes y con sus clases en la Universidad a la que, como su padre, consagró su vida. Y, por supuesto, junto al Cristo de la Buena Muerte al que siempre fue fiel cada Martes Santo y que ahora será el consuelo de su familia.

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