Es posible vivir en Roma ignorando a Virgilio, Miguel Ángel, Bernini, la melancólica tumba de Keats -"Aquí yace alguien cuyo nombre fue escrito en el agua"-, Stendhal, Elsa Morante o Fellini. Y los otoños dorados sobre el Lungotevere, las mañanas de invierno en el marcado de Campo dei Fiori, el florecer de la escalinata de la Piazza di Spagna en primavera o las noches de verano en el Trastevere. Es posible vivir en París ignorando a Hugo, Maupassant, Proust, Monet, Truffaut o las canciones de Edith Piaf. Y la luminosa llegada de la primavera tras el duro invierno llenando las terrazas ahora descubiertas en los bulevares o los juegos de sombras de los grandes adoquines en los mediodías de invierno en la proa de la Isla de San Luis. Es posible vivir en Londres ignorando a Dickens, Trollope, Doyle, Wolf o Barrie. Y los ecos de My Fair Lady en Covent Garden, los pasos de Holmes en Baker Street o la sombra huidiza de Peter Pan en los jardines de Kensington.
Es posible vivir en una ciudad ignorando lo que en ella y sobre ella se ha vivido, pintado, esculpido, escrito o filmado. Menospreciando como tópico sus costumbres o teniéndolas por enemigas de su progreso. Pero sólo se la vive hondamente si se ha cogido el pulso de su historia, si no es un ámbito neutro y sin memoria que se habita con indiferencia, si a través de los paisajes urbanos, los libros, los cuadros, las películas, la música o las costumbres vivimos en ella nuestra propia vida y la de los miles, millones de personas que han pisado los mismos lugares, visto los mismos paisajes, leído los mismos libros o escuchado las mismas canciones. Lo nuevo, entonces, se va superponiendo a lo antiguo con la naturalidad de lo que vive porque ha sido y es vivido.
Sevilla es Cervantes y Andrés Fernández de Andrada, Cristóbal de Morales, Turina y Juana Reina, Laffón y Sierra, Cernuda y Romero Murube, Murillo y Bacarisas, Montañés y Mesa. Y enero es las convocatorias del Gran Poder y de Pasión superponiéndose en las puertas de las iglesias, función de Epifanía en San Lorenzo y novena en el Salvador, quinarios en San Vicente y en San Juan de la Palma. Y esta hermosa luz creciente que se prendió del altar de quinario del Señor del Gran Poder e irá comiendo minutos a la noche hasta que llegue Jesús Nazareno por la vira de oro de la tarde del primer viernes de marzo. ¿Se puede vivir Sevilla sin esto? Sí. Pero menos.
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